sábado, 14 de noviembre de 2009




UNA REFLEXIÓN SOBRE EL POSMODERNISMO
Aclaraciones Preliminares

Al inicio hay un problema de definición. ¿Qué es el posmodernismo? Artículos recientes escritos por académicos norteamericanos, y publicados en el internet, muestran que este término se usa en distintos sentidos, que difieren de autor a autor. El sentido de “posmoderno” depende también de la disciplina académica que se está considerando. Es usado por economistas, sociólogos, y filósofos con frecuencia para referirse a una forma de pensar o actuar, y también es usado para describir movimientos artísticos y literarios. Muchos intelectuales contemporáneos han perdido la confianza en el vocabulario y discurso tradicionales. En forma desesperada y aislada, cada uno por su cuenta, buscan nuevos términos, métodos y formas de pensar y hablar. Las certezas y las autoridades se derrumban y la desintegración social e intelectual se acentúa. Ya nada es cierto, y cada uno tiene que buscar sus propios valores y fabricar su propia verdad.

La variedad de usos de “posmoderno” llevó a Christopher Borst de la Universidad de Toronto a decir que el término no tiene un significado fijo, o peor, que no tiene ningún significado, y por eso cada cual llena la palabra con el contenido que le quiere poner. Esto da un aire de misterio a este término, y muchos otros términos similares que se ponen de moda. El que se atreve a usarlos da la impresión que posee secretos que los demás no poseen, e implícitamente nos invita a ser parte del grupo privilegiado que puede oír de su boca lo que nadie más puede revelar. Sin decir nada, literalmente, pide la confianza del que le escucha. Ni él mismo ni él que le escucha saben de qué se está hablando, pero no importa. El primero logró lo que quería, que alguien le prestara atención, y el segundo también siente que por fin le están dejando entrar a los secretos profundos. El ciego guía al ciego, y ambos corren el gran peligro de caer en el abismo. Dada esta situación, no debe ser sorpresa por qué nadie tiene una idea clara sobre el tema del posmodernismo, y cuando por fin leemos algo más o menos preciso sobre la materia, no nos satisface porque contradice lo que leímos la semana pasada.

John Fritzman de la Universidad de Cornell ofrece seis definiciones del posmodernismo, como resultado de su observación de cómo los intelectuales contemporáneos usan el término:
1. El conjunto de fenómenos culturales que constituyen el capitalismo contemporáneo.
2. Lo que se opone al modernismo, especialmente al capitalismo contemporáneo.
3. Lo que viene después de lo moderno.
4. El abandono del pensamiento lineal.
5. Lo ecléctico en las artes.
6. El pragmatismo anti-fundamental.

Fritzman comenta que los primeros dos sentidos se oponen y se contradicen, y que es posible ser posmoderno en los otros cuatro sentidos, o de una perspectiva de continuar lo moderno o de oponerse a lo moderno. Estas ideas se pueden simplificar tal vez en dos grandes alternativas: la promoción de lo último de las ideas económicas y tecnológicas por un lado, y por el otro, el rechazo de la herencia intelectual del período moderno, en búsqueda de algo mejor y más de acuerdo con la condición humana. Nos da, entonces, dos sentidos de posmoderno: lo ultramoderno y lo antimoderno. Fritzman escribió que no es posible ser posmoderno en ambos sentidos a la vez, pero esto dependerá de cómo se definen estas posturas en detalle. Vamos a explorar estas dos alternativas un poco más.

Para poder decir algo dentro del tiempo disponible, podemos simplificar drásticamente la historia de la civilización, reduciendo su complejidad a tres grandes épocas, que son la antigüedad, la época moderna y la época medieval que las separa. Desde esta perspectiva lo posmoderno es lo que vino al final de la época moderna, o después de ella, si se piensa que la época moderna ya terminó. Tendremos que establecer un marco cronológico, para aclarar de qué período precisamente se está hablando, y al hablar de algo posterior al período moderno, se tendrán que considerar las características que distinguen la civilización contemporánea de la de las generaciones anteriores. Con estas aclaraciones, podemos delimitar la tarea con más precisión:

1. Hacer una breve descripción de la época moderna en contraste con las épocas anteriores.
2. Describir la postura posmoderna que se puede llamar ultramoderna.
3. Describir la postura posmoderna en el sentido antimoderna.
4. Finalmente intentaremos evaluar el posmodernismo.

1 Características Distintivas de la Época Moderna

Se acostumbra definir la época moderna como el período que comenzó en el siglo 16 o 17 y terminó en la segunda parte del siglo 20. Para ponerle más precisión cronológica, podríamos sugerir, como fechas simbólicas y representativas, dos momentos importantes en la historia de la ciencia y la tecnología, ya que una característica dominante del período moderno es el desarrollo tecnológico e industrial, basado en la ciencia aplicada. Recordando que estos eventos podrían ser sustituidos por otros, podemos definir aproximadamente la época moderna como el período en el desarrollo de la civilización europea que comenzó en 1610 cuando Galileo observó por el telescopio las montañas en la luna, las fases de Venus, y las lunas de Júpiter. La época moderna terminó cuando la Unión Soviética lanzó al espacio el primer satélite, el Sputnik I, el día 4 de Octubre de 1957, y comenzó la era espacial, dentro del cual se presentan los fenómenos posmodernos.

Geográfica y culturalmente, la época moderna fue caracterizado por la expansión europea hacia el resto del mundo, primero para explorar y conquistar, y luego para colonizar, extraer materia prima para sus fábricas, y vender sus productos. Esta actividad de explotación fue acompañada a veces por la evangelización y la educación de los pueblos que dominaban. Para el final del período las ideas y logros europeos ya se habían difundido a todas las demás naciones, y usándolas en contra de sus creadores, se puso fin al dominio europeo.

La época moderna fue caracterizada por las guerras más destructivas de toda la historia. Se inició en medio de las guerras religiosas entre los estados romanistas y protestantes en Europa. Todas las ciencias, lo mejor de la tecnología, el poder industrial y el poder económico de las naciones más fuertes, contribuyeron a refinar las técnicas de destrucción a través de la época. Este proceso culminó con la Segunda Guerra Mundial, que terminó después de la caída de bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, los días 6 y 9 de Agosto de 1945. Más de 200,000 personas murieron en las dos explosiones y muchos más sufrieron como consecuencia directa.

Dos eventos políticos de gran trascendencia iniciaron la segunda fase de la época moderna. Estos son la separación de los Estados Unidos de Gran Bretaña con la Declaración de Independencia el 4 de Julio 1776, y la Revolución Francesa, que comenzó el 5 de Mayo de 1789. Los revolucionarios adoptaron el lema “Libertad, Igualdad y Fraternidad, Ni Dios, Ni Rey”, y en nombre de la libertad y la diosa de la razón, llenaron París con sangre. El siglo diecinueve vio la separación de las colonias americanas de España, la unificación y expansión de Alemania en Europa Central, y la expansión del Imperio Británico por todos los mares. Alemania y Gran Bretaña finalmente se confrontaron en la Primera Guerra Mundial de 1914-18 involucrando a muchas otras naciones, y lo repitieron una generación después con la segunda. Durante la Primera Guerra Mundial la Revolución Rusa de Octubre de 1917 inició el período de desarrollo de los estados comunistas, pero los avances territoriales del comunismo fueron conseguidos por los ejércitos de Stalin y Mao Tse Tung, y no por las ideas de Karl Marx.

A comparación con la antigüedad y la época medieval, la época moderna se caracterizó por grandes avances en las comunicaciones, comenzando con el uso de la imprenta como medio de comunicación popular durante la reforma protestante. La revolución industrial hizo de los ferrocarriles, los barcos a vapor y los automóviles, medios comunes de transporte. Un escocés, Alexander Bell, que fue a vivir en los Estados Unidos, inventó el teléfono, y transmitió las primeras palabras con éxito el 10 de Marzo de 1876. En 1909, un italiano, Guglielmo Marconi, y un alemán, Karl Braun, compartieron el premio Nobel por desarrollar la radio. Otro escocés, John Logie Baird demostró el primer sistema viable de televisión en Inglaterra en 1926, en 1932 la BBC de Londres inició sus servicios públicos, en 1936 imágenes de los Juegos Olímpicos fueron transmitidos de Berlín a toda Alemania, y en 1939 la televisión fue demostrado en la Feria Mundial de Nueva York.

En cuanto a las ideas, la época moderna también se caracteriza por el dominio europeo. Los europeos entraron en contacto con todas las demás naciones y culturas y se impusieron sobre ellas por su superioridad militar, tecnológica y económica. Los europeos, y las personas de otras naciones que adoptaron su forma de pensar, muchas veces despreciaron la reflexión y cultura de los demás, considerándolas por debajo de su nivel. Los secretos de la economía y la tecnología estaban en inglés, y no se traducía, por lo general, la literatura técnica. Las obras de literatos, filósofos y teólogos europeos sí fueron traducidos a los demás idiomas, pero no hubo flujo similar del pensamiento no europea hacia Europa. El europeo presentaba una cara de uniformidad y superioridad al resto del mundo, y en gran medida el resto del mundo le tomó en serio y le creyó.
Sin embargo detrás de esta fachada hubo grandes tensiones intelectuales que se aumentaban a lo largo de la época moderna. En 1610 cuando Galileo describía los planetas por primera vez, los europeos estaban profundamente divididos entre católicos romanos y católicos protestantes. El mundo moderno nació del mundo medieval, y la civilización era una civilización cristiana. Fuera del mundo cristiano solamente existía gente perdida. Los grandes enemigos vecinos, los turcos, fueron reconocidos como civilizados, pero más allá de ellos vivían solamente salvajes. En 1610 el europeo todavía desconocía las demás civilizaciones pero en aquel tiempo, lo desconocido no le preocupó. En ambos lados de la división entre los dos tipos de cristianismo hubo humanistas, pero eran humanistas que o reconocían al papa o eran humanistas protestantes. No hubo tolerancia en ninguno de los dos lados para otro tipo de pensamiento. Esta situación cambió progresivamente a través de la época moderna.

En 1610 eran escasos los que rechazaban el cristianismo, pero poco a poco se abrió un espacio para el libre pensamiento y se estableció la tolerancia religiosa. Un nuevo humanismo que rechazaba la autoridad religiosa de Roma y de la Biblia se hizo popular. La nueva autoridad era el hombre mismo, y con cada avance científico, tecnológico, geográfico y filosófico la confianza en su propia capacidad para comprender y dominar el mundo crecía. Paulatinamente la idea que el hombre era la medida de todo se imponía. El hombre, orgulloso de sus logros, se burlaba de las fronteras, y se paró en los polos, en lo profundo del mar y, en 1953, un hombre de Nueva Zelandia, acompañado por otro de Nepal, logró pararse en la cumbre del Everest, el pico más alto del mundo.

Mientras tanto, el cristianismo estaba en retroceso. De la mente humanista de Charles Darwin, después de dos décadas de titubeos, se divulgó, en 1871, una nueva explicación del origen del hombre y la población cristiana la asimiló. En esa fecha, todavía se utilizaba la cronología del Antiguo Testamento para fechar la historia universal. Una década después, los diccionarios bíblicos ya habían adoptado nuevas cronologías mucho más largas. Cuestionaron más y más la autoridad del papa de Roma en las universidades y en respuesta, cortó el diálogo y huyó a las neblinas del misterio litúrgico. En 1870 le quitaron sus territorios italianos y, en desesperación, se declaró infalible. Los teólogos protestantes, por su parte, comenzaron a criticar y despedazar la Biblia. Dejaron de creer en la revelación divina y pusieron su confianza y su mirada más y más en la experiencia religiosa. Mientras los misioneros romanistas y protestantes fueron a lo último de la tierra al lado de los soldados y los comerciantes, las autoridades tradicionales del cristianismo fueron casi abandonadas en los países de donde salieron. La civilización europea llegó al año 1957 agotada, insegura de sí misma y dividida internamente.

2. El Posmodernismo en el sentido de lo Ultramoderno

Todo lo que venía sucediendo en el mundo moderno sigue ocurriendo en el mundo posmoderno de las últimas cuatro décadas. Sin embargo, se pueden señalar algunos aspectos nuevos que son característicos del mundo contemporáneo. En algunas áreas de la vida, se pueden percibir cambios importantes que han afectado a todos de alguna manera, y han creado las condiciones que distinguen nuestra época de la época moderna, sin modificar la dependencia global de la ciencia aplicada.

La postura ultramoderna se caracteriza por el afán de gozar de lo último y mejor de la tecnología y comodidades que ofrece la era especial. A la vez se caracteriza por un desprecio hacia las personas, instituciones y regiones que no las tienen. En su peor forma esta actitud es egoísta y materialista. Las personas ultramodernas no pueden comprender a los que no comparten sus actitudes, y no tienen el menor deseo de intentarlo. No es necesario poseer los medios económicos y disfrutar de los bienes materiales deseados, para compartir esta actitud. Las personas ultramodernas son pragmáticas. Están dispuestas a hacer lo que sea necesario para conseguir lo que buscan. Desprecian el pasado y sólo miran hacia el futuro. Tradiciones de todo tipo les son irrelevantes. Su comunicación con los demás está solamente en función de sus propios planes y necesidades. La veracidad y la generosidad son para ellos debilidades para superar porque se constituyen en obstáculos para la eficiente consecución de sus metas. Respetan solamente la fuerza mayor, y no hay mucho espacio dentro de sus horizontes ni para amigos, ni para familia, ni para Dios.

Esta postura ultramoderna es el resultado directo del capitalismo que se ha venido desarrollando sin mayores controles durante todo el período moderno. Durante siglos se han sembrado las semillas y la cosecha es cada vez más grande y más alarmante. Los símbolos visibles son las torres de acero y concreto que se levantan en los distritos financieros de las ciudades. Entrar en ellas es para los privilegiados, y trabajar en ellas en forma permanente es someterse en forma permanente a la agresión de las actitudes ultramodernas. Para poseer un puesto de trabajo que le permite sentarse en una oficina amplia y lujosa encima de una de estas torres es necesario aprender y practicar sin titubeos el pragmatismo ultramoderno. Para ganar algo en esta región del mundo, parece que hay que estar dispuesto a vender el alma.

Algunas de las razones por esta situación han sido analizadas exhaustivamente y no es necesario, ni posible, repetir los detalles aquí. Se puede observar que las organizaciones de este mundo ultramoderno son más grandes que las personas y no pueden ser controlados por ellas. Un director puede tratar muy bien a sus subordinados, pero ninguno dirige la política de la organización que tiene que ser llevado por las leyes impersonales de la oferta y la demanda. Las organizaciones comerciales y financieras trascienden las naciones de cuyas poblaciones se alimentan. Tienen más recursos que los gobiernos. Si son acusados ante tribunales en un país, trasladan sus actividades a otro. Si sus directivos sienten lealtad, compasión o remordimientos de conciencia, comienzan a dudar en el momento de tomar decisiones, y pronto son remplazados por otros más eficientes y menos escrupulosos.

La era espacial se caracteriza por la globalización de este sistema económico. Las torres de sus organizaciones comerciales y financieras están presentes en todas las ciudades grandes en todos los países. Sus normas y procedimientos se adoptan en todas las culturas, pero la gente que los adopta no se hace europea, sino solamente aprende las leyes de la oferta y la demanda. Estas leyes fueron explotadas primero por europeos, pero como las leyes de la física y la tecnología industrial, pueden ser explotados por cualquiera que las entiende. Los europeos han criado y liberado este monstruo, y nadie hoy lo puede controlar aparentemente. El sistema penetra las culturas antiguas y trasciende las ideologías políticas. Ni el comunismo, ni el apartheid pudieron resistirlo. Promete prosperidad a todos y todas las naciones se están postrando a sus pies. El sistema económico mundial depende de, y promueve, lo último en las técnicas de comunicación. Los viajes ahora son en avión, y las comunicaciones internacionales son directas e instantáneas. De cualquier lugar se puede llamar por teléfono, enviar correo electrónico, o navegar en el internet. Cualquiera que tenga el dinero para comprar el privilegio puede usar esta tecnología.

Cualquiera puede ver también, por video, las últimas películas, y escuchar lo último de la música internacional, en pleno concierto, y para sí solo. Con los audífonos del walkman sobre los oídos, los pies pueden estar en la sierra, la selva o la playa, pero la cabeza está en un mundo privado de elección propia, compartido con millones de desconocidos en cualquier país que escuchan los mismos sonidos. Hay una tendencia general hacia la uniformidad, y el sincretismo, pero a la vez las personas se aíslan más el uno del otro, cada uno con su aparato electrónico. Gran parte de las palabras de la música popular internacional está en inglés, pero es difícil distinguir las palabras de las canciones y más difícil todavía traducirlas. No importa. El sonido de las palabras es más importante que su significado. Además, ya es permitido gritar, y hay que intentarlo. No te quedas satisfecho después, sino solamente triste, solitario y confundido. Se siente la necesidad de subir el volumen y gritar más fuerte.

3. El Posmodernismo en el sentido de lo Antimoderno

La generación que maduró en la década de los sesenta en Europa estaba desorientada y desilusionada con sus padres y sus antepasados. Ya no hubo fuerza entre los europeos para seguir dominando las demás naciones, y sus ideas comenzaron a fluir libremente hacia Europa, aumentando la confusión. Las bases tradicionales de la vida habían sufrido una erosión destructiva. Muchos estaban preparados a forjar sus propios caminos y hacer experimentos con el estilo de vida como nunca antes, y una minoría adoptó actitudes de oposición abierta a todo lo que se percibía como herencia del pasado. Los antimodernos, al igual que los ultramodernos, menospreciaban el pasado, y al igual que ellos querían gozar de ciertos de los bienes, especialmente los equipos electrónicos de uso personal. Sin embargo no estaban dispuestos a seguir la corriente de la mayoría y optaron por conservar su libertad, a pesar del sistema. Aceptaron el papel de minoría sin poder y se dedicaron a actividades propias.

Para esta minoría, la música, arte y literatura del pasado ya no servía y quería protestar intentando a crear alternativas. Se logró muy bien descargar las emociones pero se perdió el contenido, la coherencia, y la comunicación. En 1610 en Europa se bailaba en grupo, al estilo de la época. En muchos otros lugares del mundo también, la forma tradicional de bailar es en grupo. En el siglo pasado llegó a ser costumbre el baile de parejas. En la década de los sesenta se comenzó a bailar solo, como entre las tribus más primitivas de las selvas más oscuras. Por un tiempo la señal visible de esta protesta era el cabello largo y la tendencia unisex en el estilo de vestir. Más allá de la moda, se inició la promoción agresiva de una nueva moralidad sin reglas y límites. Se inició también la importación de elementos exóticos de cualquier origen al arte, a la música, a la literatura y a la religión, y se impulsó deliberadamente el sincretismo de ideas y estilos de vida.

Ambos grupos, los ultramodernos y los antimodernos, sienten la desilusión total con la herencia cultural que la época moderna les ha dejado, y ambos grupos han decidido romper con el pasado. La mayoría optó por participar plenamente en el sistema económico porque no estaba dispuesta a sufrir la inseguridad y pérdida de bienes y oportunidades que una oposición radical a la sabiduría colectiva contemporánea implica. Este grupo calló su protesta abierta, y se sometió a las leyes del sistema económico. Cumplieron sus horarios y cobraron sus sueldos. Sin embargo en su cabeza estaban los mismos pensamientos de protesta, pero solamente en sus horas libres se dieron el lujo de practicar su liberación del pasado. El resultado para la civilización europea, después de tres décadas, ha sido desastroso. Las industrias de diversión han aumentado enormemente, y la inmoralidad también. Las iglesias están vacías, y las nuevas religiones y sectas se están multiplicando. La segunda generación posmoderna ya no protesta contra el pasado. No sabe que hubo en el pasado. Sus padres lo consignaron al olvido, y no leen libros, ni tienen el deseo de hacerlo. Están sin raíces, sin identidad clara y sin rumbo para el futuro.

De los antimodernos que persistieron en su protesta, no solamente contra el pasado, sino contra el sistema económico también, han surgido varios movimientos radicales. Algunos de ellos han sido movimientos políticos destructivos, pero la mayoría de los movimientos políticos posmodernos aboga por la paz y en contra de las armas sofisticadas. Otros se dedicaron a la ecología, donde ultramodernos y antimodernos se han juntado para crear una nueva perspectiva sobre nuestro planeta. Otros se dedicaron al arte, a la música y a la literatura. Algunos se dedicaron a la filosofía, a la vida académica y aún a la teología. En cada área de la actividad humana contemporánea ha surgido movimientos y corrientes de protesta y oposición que tienen sus raíces en el rechazo antimoderno del pasado y del sistema económico imperante.

El clima de protesta antimoderna ha promovido el fenómeno curioso de la comunicación incomprensible. Este fenómeno no es completamente nuevo, pero está generalizándose mucho más que antes. Los pintores usan los colores en una manera totalmente personal, y los músicos de la misma forma usan la voz humana y los sonidos. Los literatos escriben palabras con asociaciones que solamente el autor comprende plenamente. Estos estilos fueron creados deliberadamente por radicales, que querían romper con el pasado y buscar nuevos valores, guiados por sus emociones e instintos, y a veces bajo la influencia de estimulantes o drogas alucinogénicas. Repudiaron la idea que la comunicación clara de ideas era necesaria. De esta manera se ha dado un enorme impulso a la expresión libre, y el contenido y el significado han quedado atrás. Durante la época moderna la duda radical de todos los valores fue expresado solamente por algunos filósofos y excéntricos, pero en la actualidad posmoderna, se está propagando esta actitud a millones. Sin comprensión o análisis, muchos la aceptan, la imitan y la enseñan a otros.

Durante la época moderna, la física fue la ciencia que más descubrió los secretos ocultos del universo. Fueron las ideas y trabajo de Copérnico, Kepler, Galileo, Newton y las personas que les creían, que permitió la adopción general de la mentalidad científica. Fue la física que permitió la comprensión de la electricidad y el desarrollo de la tecnología electrónica que domina nuestra época. También fue de la física que vino la idea de la relatividad y el principio de la incertidumbre, ideas prominentes en la crítica posmoderna. Una de las ideas revolucionarias recientes, desarrollada para complementar la teoría de la explosión inicial, es que el universo es limitado, pero no tuvo un punto de origen. El físico Paul Davies, en su libro “La Mente de Dios”, escrito en 1992, sugiere que la idea es compatible con el panteísmo, pero no con el Creador de Génesis capítulo uno. La noción racionalista del panteísmo aparece frecuentemente en la crítica posmoderna, y en todas las áreas, desde las canciones populares y las películas, pasando por las sectas de la nueva era, hasta la mecánica cuántica.

La literatura posmoderna, en el sentido de “antimoderno”, ha desarrollado su propia terminología para los grandes problemas intelectuales. Los griegos intentaron describir el mundo físico y hablaban de lo que podría estar detrás de ello, de la metafísica. Les fascinaba el misterio del universo y especulaban sobre su origen, su naturaleza y su futuro. Estas ideas fueron heredadas y desarrolladas por los teólogos medievales quienes también especulaban sobre la metafísica, más allá del mundo físico. El período moderno comenzó con una nueva visión del cosmos, y hasta el fin del siglo pasado, esta visión científica del cosmos fue acompañado por un conocimiento general de la Biblia, por lo menos en países protestantes. Los filósofos, teólogos y científicos modernos hablaban de la cosmovisión, y también especulaban sobre el origen del cosmos, el cosmogénesis.

La crítica posmoderna no habla de la metafísica, y tampoco de la cosmovisión, sino del discurso y la metanarración. Cada uno pronuncia su discurso, y tiene derecho a hacerlo como quiere. La metanarración está detrás de los discursos y les da coherencia. Son proyecciones de la mente humana en un intento de manejar lo desconocido. Las metanarraciones se construyen a partir de los discursos y son relativos, dependiendo del ingenio del que analiza los discursos. Son instrumentos usados por los estudiosos para crear significado y coherencia que él que pronuncia los discursos no puede ver. Varias interpretaciones son permitidas y el que lee, crea el significado de las palabras que está leyendo, generalmente en forma inconsciente. Un ensayo de la crítica posmoderna radical, publicado en la revista “Irreverencia”, cita Nietsche, Heidegger, Foucault, y Derrida y termina con una definición de la filosofía: “El movimiento por el cual, no sin esfuerzo e incertidumbre, uno se separa de lo que se acepta como la verdad y busca otras reglas…”

4. Evaluación

Ahora intentaremos evaluar el posmodernismo a la luz de la revelación bíblica, y desde la perspectiva de la historia universal, como San Agustín y los reformadores protestantes evaluaron a sus contemporáneos.

1. Parece que las dos actitudes posmodernas, la ultramoderna y la antimoderna, tienen mucho en común, a pesar de sus opiniones opuestas del sistema económico imperante. Ambas posturas tienen sus raíces en el período moderno, y son productos del humanismo secular. Ambos son pragmáticos, definiendo las reglas y normas de conducta a partir de las circunstancias que se viven. Ambos niegan la existencia de autoridades, con la excepción de las fuerzas del mercado, por un lado, y el imperativo del sentir personal, por el otro. Ambos tipos de posmodernismo menosprecian el pasado e ignoran que su civilización surgió de una sociedad cristiana. Las palabras de Pablo vienen a la mente:

“… habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios …y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen” (Ro.1:21,22,28)

2. Los dos tipos de personas posmodernas experimentan la contradicción de disponer de lo último de la tecnología de comunicación, pero viven una verdadera crisis de comunicación. El estilo ultramoderno de vida no tiene espacio para la lealtad a los amigos y a la familia, y solamente existen socios y competidores. A los demás se les trata como objetos, y en vez de formar relaciones duraderas con las personas se las utilizan solamente para conseguir las metas propuestas. Para el ultramoderno, en su tiempo libre, siempre se pone música de fondo, o los parlantes del walkman en los oídos. Aún cuando se baila en pareja la música es tan fuerte que corta la conversación, y se come solo, mirando video o programa de televisión.

El estilo antimoderno tal vez tenga más lugar para relaciones de amistad, por su tendencia menos formal, pero si se practica seriamente la comunicación incomprensible y la búsqueda de valores originales y propios, la separación de los demás es aún más profunda. Cada vez se habla más y se entiende menos. Todos hablamos pero nadie escucha, y ninguno entiende al otro. Cada vez los grupos que se comunican con facilidad entre sí son más pequeños y a la vez, más numerosos. Mientras se van eliminando las distancias culturales y se quiebran las fronteras raciales, imponiéndose la uniformidad y sincretismo posmodernos, al final podríamos quedarnos cada uno gritando a voz en cuello, y completamente aislado de los demás. Hace recordar lo que Cristo mando a decir a una iglesia:

“…tu dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tu eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (Ap.2:17)

3. Una tercera observación, también algo paradójica, es que a la medida que se logra deshacerse de todo vestigio y memoria del pasado, las personas tienden a repetir precisamente los patrones de conducta ya conocidas en todas las etapas de la civilización. Se busca novedad espiritual y sólo se encuentra el viejo panteísmo y espiritismo. Se deshace de la tradición cristiana y se comienza a vivir como los antiguos romanos, griegos y egipcios. El antimoderno intenta a liberarse de toda regla y norma, pero el primer hombre también hizo esto. Lo único que logró era dañarse a sí mismo y condenar a su descendencia a la miseria y la muerte. Los posmodernos toman por guía formas de pensar y de vivir que se manifestaron claramente al final del período moderno. Sí hubieron mirado más atrás, hacia el inicio del período, habrían visto mejores modelos. Los contemporáneos de Galileo no habían eliminado todavía el temor de Dios de sus mentes, tenían la costumbre de asistir a cultos públicos y la palabra de Dios dominaba los medios de comunicación. ¿Es demasiado soñar que la humanidad podría volver a esos valores bíblicos, sin perder los avances científicos y tecnológicos de la época moderna?

“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.” (Proverbios 1:7)

4. A pesar de sus logros tecnológicos, su notable progreso hacia la unificación de la raza humana, y sus enormes esfuerzos para crear ambientes cada vez más controlados y organizados a su gusto, el hombre posmoderno no logra escaparse de la realidad. La tendencia de globalización y las comunicaciones internacionales nos permiten ver que todos los hombres somos iguales, a pesar de las diferencias superficiales de costumbres y lengua. Todos los hombres son codiciosos, mienten, roban, asesinan y cometen adulterio. Cada vez es más común la rebeldía en contra de los padres, y el abandono de los ancianos a su suerte. En todo el mundo los hombres piensan que toda su vida y su tiempo les pertenece. Todos los hombres blasfeman, fabrican sus ídolos, e inventan sus propios dioses. Los antiguos diez mandamientos fueron dados por Dios a una nación hace muchos años, pero son válidos para todos los pueblos y todas las épocas. El hombre puede borrar el pasado de su mente y negar toda obligación hacia Dios y el prójimo, pero no puede cambiar la realidad de ser criatura. No puede vivir solo, porque Dios lo hizo para vivir en familias. No puede encontrar el mejor camino si extingue la luz de la revelación divina, y no puede evitar la audiencia final que le espera ante el trono del juez del universo. El antiguo predicador ya advirtió:

“¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo bajo el sol.” (Eclesiastés 1:9)

5. En conclusión, tal vez tengan razón los críticos posmodernos que dicen que el hombre moderno está moribundo y su civilización está por derrumbarse. El hombre moderno progresó mucho; tanto que ya no cree en el Dios que se ha revelado en las escrituras. Hoy está dispuesto a aceptar cualquier mentira como verdad espiritual. El hombre que conquistó el planeta entero y logró pararse aún en la luna, está agotado, deprimido y ensimismado. Para este malestar, hay un solo remedio:

“…Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es él que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2 Co.4:6)

© Prof.Donald Smith Kennedy, Seminario Evangélico de Lima, 21 de Octubre de 1998



viernes, 6 de noviembre de 2009

Los evangélicos sin evangelio


Muchas de las denominaciones evangélicas están sufriendo desde hace unos años una fuerte intervención de predicadores deshonestos que enseñan un evangelio sin evangelio. Permitanme precisar lo que quiero significar con "evangélicos sin evangelio". En la actualidad en muchos púlpitos evangélicos se está predicando un evangelio sin verdadero contenido doctrinal; la ofertas de soluciones mágicas y respuestas inmediatas y a medida de los creyentes están a la orden y a pedido de boca.


El evangelio de autorrealización ha aniquilado al evangelio de autonegación. No se predica el renunciamiento a la vida de pecado y se exagera la potencialidad humana y sus posibles logros. Ningún predicador está dispuesto a anunciar un evangelio de compromiso, de cruz y autonegación por temor a que las personas se vayan de sus Iglesias y con ellas los recursos económicos.


¿Dónde ha quedado el sacrificio personal, el renunciamiento al pecado y el servicio al prójimo? Los predicadores de muchas Iglesias o ministerios o como se llamen, ya no predican estas cosas. En su lugar, enseñan que los cristianos no tienen que sufrir porque esa no es la voluntad de Dios. Pero,¿cómo saben ellos cuál es la voluntad de Dios para cada vida? Si los cristianos no tienen que sufrir porque esa es la voluntad de Dios, según ellos dicen, entonces cómo explicar las lapidaciones, crucifixiones invertidas, decapitaciones que han sufrido miles de cristianos a lo largo de toda la historia.¿Acaso no dijo Cristo que en el mundo tendremos aflicción o dijo que por ser cristianos estábamos exeptuados de sufrimiento?


¿Podemos autorrealizarnos sin tomar la cruz? ¿Debemos como cristianos buscar nuestra realización personal o la realización del reino de Dios aquí en la tierra? ¿Estamos para servir al prójimo o para recibir efímeros elogios y aplausos de los hombres? Si siempre debe irnos muy bien, si debemos ser prosperados y realizarnos como personas porque esa es la voluntad de Dios, entonces qué sentido tiene tomar la cruz cada día, que esto lo hagan los demás, los no cristianos, los que sí creen que la vida pasa por la autorrealización y luchan despiadadamente por lograr reconocimiento humano, sin importarles demasiado los medios utilizados.¿Acaso nos está pasando a los cristianos que queremos vivir como si no lo fuéramos, con todos los beneficios terrenales y lejos de la cruz de Cristo?


El evangelio de muchos evangélicos no es el evangelio de Cristo ni siquiera refleja mínimamente el mensaje y la práctica de vida que tuvo Cristo cuando pasó por este mundo. Se imaginan a Cristo decir: "Venid a mí todos los que quieran ser prosperados y quieran autorrealizarse, todos los que quieran ser conocidos, todos los que quieran cambiar la casa y el auto". Gracias a Dios que este no es el mensaje del evangelio y es el mensaje de algunos evangélicos. El cristianismo es sacrificio, entrega, compromiso y permanente renunciamiento a una vida de pecado, a una naturaleza pecaminosa que está pronta a aflorar; no es crecimiento patrimonial, autorrealización y felicidad permanente.


Los que predican que Dios no nos llamó al sufrimiento tienen como interés fundamental llenar sus Iglesias, sin importarles demasiado si su evangelio es el evangelio de Cristo o si sus oyentes llevan una vida cristiana comprometida o son simplemente cristianos domingueros. Si los cristianos debemos cambiar la autonegación por la autorrealización, la dicha plena entendida como prosperidad económica y salud física por la muerte diaria al pecado en todas sus formas de concepción, entonces estamos cayendo en un evangelio de evangélicos, pero no de Cristo. Claudio G. Barone.




martes, 6 de octubre de 2009


La vocación del Filósofo


El filósofo es un tipo raro, un personaje oscuro y bastante despreciable e incomprendido. Algunos tienen temor de que se exprese, temor de lo que va a decir; otros lo desprecian porque tiene el coraje de decir lo que piensa en todo momento y delante de todo tipo de poder establecido. Este coraje o actitud de principios despierta el desprecio de los tantos maricones chupa medias del poder que pasan sus vidas siendo espectadores del accionar que los alimenta.


El filósofo desnaturaliza con mórbidas críticas todas aquellas cosas que los demás estiman, alaban y persiguen. Por ese motivo se presenta para los demás como una amenaza permanente, ¿a quién le gusta que aquellas cosas a las que se aferra con total certeza y liberalidad sean puestas en duda y ridiculizadas? Es esto lo que hace el filósofo, desnaturaliza la realidad, la fricciona por todas partes y no se queda con ninguna certeza. Claro que muchas veces se aferra a algunas ideas motoras de su pensamiento, pero casi siempre en forma provisoria, nunca permanente.


Es por esto que los filósofos son tildados de polémicos y problemáticos por los demás. Sin duda, no hay mejor alago para un filósofo que llevar el título de polémico o problemático por qué, ¿qué sería no serlo? Seguramente no serlo sería ser un cubridor de las desigualdades, un adulador de los líderes sin vocación, un succionador de los personajes siniestros que ocupan indecentemente cargos sin capacidad y muchas otras cosas más, ¿acaso no es mejor ser tildado de polémico que de chupa medias?


Para un filósofo ser polémico es una virtud, no un demérito. El inicio del filosofar se nutre de la discusión y polémica de las ideas que construyen el mundo intelectualmente hablando, de aquéllas ideas que parecen inamovibles y se enquistan en un momento de la historia para no moverse de allí y construyen subjetividades simétricas y permanentes. El filósofo disfruta del título de polémico, aunque es demasiado grande para ser llevado a cuestas. Ser polémico significa cuestionar las ideas con ideas profundas, distintas y movilizantes y esto es demasiado fuerte y bueno como para no darle el honor que se merece. No sé cuantos filósofos pueden afrontar semejante alago.


Generar polémica, ¡qué bueno, pero cuántos dolores de cabeza trae al pobre filósofo! Desde maltratos físicos, persecuciones ideológicas, despedidas de sus trabajos y cosas semejantes. En este mundo hipócrita el filósofo es despreciado porque pone el acento en temas que nadie quiere pensar por miedo a perder sus posiciones económicas, los lugares privilegiados de trabajo, entre otras cosas.


Este mundo lleno de contradicciones que fomenta por un lado el librepensamiento, lo estimula como algo que debe esparcirse por todos los rincones de las neuronas humanas, por el otro, sin embargo, cuando encuentra a un filósofo que se atreve a decir lo que piensa, lo excluye como si fuera el pecador más grande de todos. ¿En qué quedamos? Claro es que su pecado más grande está en su filosa lengua que no tiene compromisos con nadie más que con sus propias ideas, que es insobornable e inacallable.

¡Y qué de aquéllos que lo tildan de problemáticos! Otro muy buen alago para los filósofos que también es difícil de llevar a cabo. Generar problemas es la llave para encontrar nuevas y mejores respuestas ante las diversas problemáticas existenciales. ¿Acaso no es cierto que muchos de los filósofos problemáticos han construido mundos enteros con sus ideas?, ¿no es cierto que muchos de los filósofos que han sido criticados y torturados por sus ideas siglos atrás, hoy se los reconoce, se los lee y se los respeta? ¿En nombre de qué y de quien esta sociedad hipócrita y llena de contradicciones se atreve a estigmatizar a los filósofos, aunque, como hemos dicho, no hace más que alabar?


Algunos mortales generan problemas sin aportar nada para el mundo. Muchos seres humanos son verdaderamente problemáticos porque no piensan por sí mismos y andan rebajándose ante cualquier estúpido que se le cae una mísera idea, aunque sea repetida. Estos son los verdaderos problemáticos, los que no generan ningún problema que deba ser de interés para el resto de los mortales. Los verdaderos problemáticos son todos aquellos apáticos de pensamientos que venden sus neuronas por un poco de poder, de trabajo o de efímero reconocimiento. Pero llamar a los filósofos problemáticos y entender con ello que son un mal para la sociedad o que deben callarse, no es más que otra de las tantas estupideces humanas.


Que el filósofo hable, por Dios, de otro modo debemos escuchar a tantos papanatas con agujas desafiladas que no dicen nada más que insensateces en forma permanente. Claro que ser tildados de problemáticos es un alago, aunque la intención de los caratuladores sea otra. De no ser problemáticos, ¿qué se puede ser? Obsecuentes, ignorantes, hipócritas, mediocres.


El filósofo es un tipo que no se contenta nunca con dejar de revisar sus propias ideas y las ideas que han construido el mundo que lo rodea. Tiene a su favor que no es un dogmático cerrado y recalcitrante que confunde la realidad con las interpretaciones de la realidad, las razones con la verdad, las buenas razones con aquellas que están atravesadas por falacias sostenedoras de mentiras. No, el filósofo es un inquieto incorregible que siempre pone en dudas sus propias ideas y tiene la apertura mental suficiente para prestar el oído a ideas distintas y antagónicas. Quien no está dispuesto a revisar sus propias ideas o es un soberbio importante que vive encerrado en un caldito de gallina o tiene las certezas suficientemente fuertes, casi divinas, de cómo son las cosas.


Hay muchos conejillos de indias que se llamas a sí mismos filósofos porque enseñan filosofía y, en realidad, enseñan teología de la más berreta y acartonada. Es que para ser filósofo se tiene que sentir la crítica desde las entrañas, la inconformidad con el estado de cosas desde todo el dolor que nos brinda un mundo estropeado e inequitativo. Quienes dogmatizan sus ideas no son filósofos ni hacen filosofía; son conejillos que reproducen ideas ajenas y lo hacen mal.


Es verdad que el filósofo es un tipo incómodo para el resto porque es muy ácido a veces con sus comentarios y muchas personas no están preparadas para aceptar las críticas o para escuchar otra cosa distinta que no sea la que quieren escuchar. Y como el filósofo nunca va a condescender al estado en que todos los humanos se muestran cordiales, es decir, aquél en que a las personas se le dice lo que están esperando, entonces es más fácil rechazarlo, hacerlo a un lado, negarle el saludo y cosas por el estilo.


No es fácil ser filósofo y llevar sobre el lomo a muchos mortales que lo desprecian por el solo hecho de pensar, sí, de pensar. Es que el filósofo pone la lupa donde muchos otros la sacan y la saca donde muchos otros la ponen, y esto trae malestar como es de esperar, ¿a quién le gusta que le digan que está equivocado o que obra mal si hace tal o cual cosa contra otro individuo?


El filósofo sufre mucho por el rechazo, pero prefiere soportarlo a vender sus ideas por un plato de comida. Sus principios son más fuertes que todo el oro del mundo y el sentido de respeto para sí mismo en cuanto a expresar siempre sus ideas es copiosamente inclaudicable. No hay nada en el mundo que pueda acallar o comprar la palabra de un filósofo. Es que es dueño de algo muy importante de la vida: el respeto a sí mismo, la dignidad con sus propias ideas. Sería un indigno irrespetuoso si no dijera para sí mismo lo que piensa y si no lo transmitiera a los demás. Sólo el hipócrita se autoengaña y cree engañar a los demás. El filósofo odia la hipocresía que no es otra cosa que nulidad mental.


A los filósofos les debemos la dignidad de levantar la voz en todo momento, de combatir el poder en todas sus formas, sin miramientos e intereses egoístas, la habilidad de sistematizar ideas con un rigor racional admirable y muchísimas cosas más. Gracias Dios por darme esta gloriosa vocación: Claudio G. Barone

domingo, 27 de septiembre de 2009

La Educación en la Postmodernidad
Siguiendo los pasos de Adorno

Tras la emancipación del hombre de la tutela religiosa a partir del siglo XV, con el auge del Renacimiento y el descubrimiento del novum organom baconiano, con la capacidad de ampliar la gnosis de las cosas del Cosmos por medio de la observación y la inducción y ya no de la deductiva silogística aristotélica, se produce un giro desde lo teocéntrico hacia lo antropocéntrico, de lo divino a lo humano, de una instancia trascendente como modelo explicativo de todas las cosas, a una instancia absolutamente inmanente, donde la Razón humana es hipostasiada al status ontológico que tenía la idea de Dios en el mundo medieval.

Con el Renacimiento el mundo ha cambiado de eje. La vuelta a la filosofía griega va generando un nuevo tipo de hombre, sin compromisos eclesiásticos y sin temor al castigo eterno. En lugar de ser Dios el prisma por donde se mira y explica toda la realidad y de ser la Iglesia la portadora de la verdad revelada, es la Razón humana la que debe emprender la difícil tarea de construir gnoseologías, metafísicas y axiologías alternativas. Mientras que en la Edad Media la ontología determinaba la gnoseología; en el Renacimiento, la gnoseología determina la ontología, es decir, el conocimiento determina el ser de las cosas y no la explicación del ser atada a la revelación como fuente de conocimiento absoluta e inmutable. Contra este mundo de explicaciones revelacionales chocó el heliocentrismo Galileano, contra un mundo inmóvil de lugares comunes y de jerarquías ontológicas respaldadas natural o divinamente.

El traspaso de paradigma se fue dando gradualmente. Factores políticos, religiosos y culturales fueron amoldándose a este nuevo espíritu de la época. La vuelta al naturalismo expresada por los ideales del Renacimiento, fue también la vuelta a una educación menos teológica y mucho más independiente. El Renacimiento como preanuncio de la Modernidad significó una vuelta al hombre y abrió el paso para el descubrimiento del Cogito cartesiano, de la subjetividad humana. Es que en la Modernidad el Cogito, el subjectum se torna el principio explicativo de todas las cosas. Es el que está puesto por debajo como fundamento, como arché inamovible, sosteniendo y dirigiendo todo el edificio que ha de ser construido. Un edificio con cimientos emancipatorios y racionales, naturalmente inmanentes. En este edificio el subjectum se propone la gran tarea de ser un ente autónomo, de conducirse bajo la ley que él mismo ha impuesto. De manera que se torna legislador y súbdito a la vez. Es el constructor de la nueva arquitectura metafísica, y por eso mismo debe cumplir con todo lo que él ha instituido. Es libre y a la vez debe ser obediente. Su libertad reside en el cumplimiento de las normas que él ha instituido como sujeto portador de Razón.

Sin embargo, las distintas filosofías explicativas de este cambio de paradigma, de modelo para ver el mundo, se disputaron la hegemonía. Racionalistas y empiristas creyeron tener la verdad en esta suerte de crear una ficción interpretativa de la realidad. Se crearon metarrelatos para poder abarcar todos los ámbitos de la vida humana. Estos metarrelatos operaban como ideas regulativas, como caminos por donde debía transitar la vida humana. E l filósofo que produjo la gran síntesis de estos relatos fue Kant. Su descubrimiento de los juicios sintéticos a priori parecía terminar con la disputa entre los juicios analíticos a priori y los juicios sintéticos a posteriori por sí mismos. Esta gran revolución copernicana parecía despertar la esperanza de un mundo que avanzaba hacia un progreso indefinido por medio de la Razón, en donde los misterios de la naturaleza iban a poder ser debelados, ya que estaban escritos en caracteres matemáticos. Una vez que la Naturaleza fuera, en términos de Adam Smith, más humana y menos natural, los hombres en todo el mundo iban a poder disfrutar de sus beneficios.

El optimismo fundado por el Iluminismo del siglo XVIII, en donde el sapere aude kantiano se convierte en el lema del nuevo hombre, va a ir paulatinamente desmoronándose desde sus propios fundamentos. El progreso científico y tecnológico se daba desde una ideología liberal en la que el laissez fair del mercado sumía a poblaciones enteras en la miseria y en donde los que tenían acceso a la educación eran unos pocos acomodados. La inmoralidad del sistema capitalista, vista y atacada por Marx y naturalizada por Durkheim, llevaba a los hombres a una penosa involución y no al progreso. Lo que era indefinido era el progreso de la desigualdad y la inmoralidad de un sistema político que había encarnado el nuevo paradigma de la autonomía del hombre para beneficios propios.

El proyecto emancipatorio que significó el Iluminismo no era la emancipación del hombre en tanto hombre, sino la emancipación de un grupo de hombres bajo una ideología que era liberal en el ámbito político, pero como no podía ser de otra manera, profundamente conservadora en el ámbito económico. Todos los hombres nacían libres e iguales, no había lugares naturales ni tampoco predominaba una concepción organicista de la sociedad, sin embargo, la igualdad era meramente normativa y no se daba de factum, con lo cual era una igualdad ficticia, una igualdad como mera posibilidad, una isonomía idílica, un jure sin sentido.

De manera que el nuevo sistema de cosas engendrado por el proyecto Iluminista, tenía en sí mismo la causa explicativa de su fracaso. Tanto es así que Auschwitz, según Adorno, es la muerte de este proyecto; por un lado, porque el hombre no pudo saltar encima de su propia sombra y, por otro lado, porque lo que Auschwitz enseña como primera de todas las educaciones, es que el genocidio nazi no debe repetirse (1) porque representa a la barbarie, a la anticivilización que, paradójicamente fue engendrada por la civilización (2).

De manera que las raíces deben ser buscadas en los perseguidores y no en las víctimas, en los ideólogos del sistema y no en aquéllos que lo padecieron. El fracaso del proyecto Iluminista terminó con las grandes construcciones filosóficas, con todas las metanarraciones y abrió paso a lo que se conoce como el espíritu posmoderno. Es en este espíritu donde tienen lugar diversas concepciones gnoseológicas, epistemológicas y éticas, todas ellas válidas para sí mismas. El relativismo protagoriano expresado a través de “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto no son”, impera y da lugar al perspectivismo nietzscheano en todas sus variantes. No existe ninguna verdad absoluta, ni de Razón ni de fe. Lo único absoluto es que todo es relativo.

Ahora bien, si el relativismo implica que existen múltiples lecturas de la realidad y que cada una de ellas se hace de lugares absolutamente distintos, entonces no nos queda más que respetar las diferencias. Sin embargo, respetar las diferencias significa mantenerlas y mantenerlas significa naturalizar el contexto de desigualdad en el que han surgido. Este es un serio problema, porque se puede caer en el error de justificar cualquier hecho por el mero hecho de respetar al otro. Se torna imposible tratar de respetar los fundamentos que llevaron a los nazis a crear los campos de concentración. Resulta imposible tratar de comprender por qué a las mujeres en el mundo islámico se le practica la oblación del clítoris. Si respetar es igual a mantener y mantener es igual a naturalizar, estamos en serios problemas.

Estamos en un mundo postmoderno, en un mundo en donde el sapere aude ha sido reemplazado por el carpe diem, en donde el dios Apolos ha sido fraccionado en mil pedazos, mientras Dionisio ha sido rescatado orgiásticamente de una manera notable. La revaloración de las experiencias individuales, del cuerpo del otro y del cuerpo propio es mucho más atractivo que cualquier tratado de filosofía. Las explicaciones rápidas a problemas grandes, las soluciones inmediatas y milagrosas están a la suerte del día. La desconfianza por el otro, el vacío emocional, la indiferencia y ensimismamiento, la cruel frialdad e individualidad se rescatan como valores positivos. La expropiación de la posibilidad de crecer en lo económico, la imposibilidad de terminar una carrera se torna más evidente en los países del tercer mundo.

En este mundo postmoderno todos se apresuran por llegar, pero sin saber cómo y adónde. El presente se torna incierto y el futuro poco promisorio. La aceleración de la vida atentan contra la propia vida humana. El estrés, la bulimia y la anorexia hacen estragos en los jóvenes. Las adicciones ponen palabras donde el vacío emocional las oculta. El miedo a la muerte expresado en el llamado “ataque de pánico” cobra cada vez más víctimas. Y por supuesto, la tarea educativa está cada vez más devaluada. Lo cierto es que en un mundo donde todo está tan fragmentado, en donde no existe ningún saber que sea absolutamente verdadero, la tarea del educador está mucho más cuestionada.
En un mundo en donde asistimos sin rezongar a la subjetivización del objeto y a la objetivación del sujeto, en donde los objetos adquieren características humanas, dado que se los requiere, respeta y aún se mata por ellos, mientras que los humanos nos vamos cada vez más cosificando, desvalorizando, animalizando y masificando, la tarea educativa se torna totalmente imprescindible.

En este mundo complejo, multidimencional, es en donde la tarea del docente debe ser ejercida. Y si le sumamos a lo dicho anteriormente que en algunos casos es la necesidad laboral la que ocupa el lugar del aula y no la vocación, el panorama parece aún más desolador. Como dice Adorno, para que no se repita Auschwitz, hay que educar a los niños de tal manera que no repitan esos hechos (3), hay que darles una educación de cultura general, hay que motorizar la fuerza liberadora educativa, la fuerza de la reflexión, de la autodeterminación (4). Una de las maneras de repetir Auschwitz es enseñar sin compromiso, sin passio, sin memoria y sin ideología. En definitiva es enseñar sin saber desde dónde, por qué y para qué.

La docencia sin vocación atenta contra el futuro no sólo individual del alumno, sino contra el futuro de una sociedad. Porque cuando no hay vocación, está muerto el incentivo de búsqueda permanente que debe tener todo docente y que debe ser transmitido. Como dice Paulo Freire: “ El ser que se sabe inacabado entra en un permanente proceso de búsqueda” (5). Cuando no hay vocación no hay amor por la tarea y sin amor, nada puede ser desarrollado. El docente debe amar lo que hace con entera sinceridad, debe tener una verdadera vocación de servicio, de entrega y de compromiso que no puede ser reemplazado por ninguna cosa.

El trinomio vocación, pasión y rigor técnico debe ser la clave del éxito en su tarea. N o se puede enseñar sin vocación, sin pasión y sin rigor. Con rigor aludo al hecho de que las clases deben ser preparadas con anterioridad a ser presentadas, más allá que puedan ser modificadas durante el proceso de transmisión, recurriendo a toda la gama de recursos disponibles para su mayor comprensión. De lo que se trata es de no caer en el simplismo. Así lo expresa Paulo Freire, refiriéndose a la tarea del docente: “ Su tarea no es hacer simplismo porque el simplismo es irrespetuoso para con los educandos”(6). Hay gran irrespetuosidad en el simplismo que simplifica las cosas, que desconoce etimologías y terminologías técnicas que, en definitiva, iguala hacia abajo y naturaliza la mediocridad. Se debe procurar la profundidad que hay en la simplicidad, lo que no debe ser confundido con reducir la complejidad de los problemas a cero, dado que eso significaría también ser absolutamente irresponsables.

El simplismo que reduce la verdad a medias, se nutre de la apatía y no de la empatía. Su fundamento es el abandono al menor esfuerzo y su ética es el absoluto desinterés por el otro. Sin embargo, ser empáticos significa procurar la comprensión del otro desde su propio lugar y a partir de allí acometer con la difícil tarea educativa. De lo que se trata es de comprometerse no sólo con los contenidos a ser desarrollados, sino con el mundo en donde esos contenidos se desarrollan. Y cuando hablo de “mundo” me refiero tanto al espíritu de una época como a los alumnos que viven inmersos en el mismo. El compromiso debe ser ético y activo, es decir, se debe enseñar desde el ejemplo pero también con la missio de transformar el mundo. Como escribió Marx en la tesis 11 sobre feuerbach:”Los filósofos han interpretado el mundo de diversas maneras, lo que ahora hay que hacer es transformarlo”. No basta con dar lindas lecciones si no hay un compromiso con el otro desde su propio lugar. Como dice Paulo Freire: “Lo importante es el testimonio que damos con nuestra conducta”(7).

La neutralidad en la transmisión educativa, no existe ni debería existir en el ámbito gnoseológico ni en el ámbito político. No existe, porque todos los docentes enseñan desde un determinado lugar con vistas a producir determinados cambios en los alumnos que van más allá del aprendizaje de una materia determinada. El no debería está marcado por la imposibilidad de la transmisión de la enseñanza sin presupuestos indemostrables. En otras palabras, es imposible el pensamiento solipsista, aislado del mundo, dado que todos los seres humanos son el resultado de un proceso sociocultural determinado. La neutralidad educativa y la pretendida objetividad es un cuento quimérico que algunos gustan contar con la finalidad de ocultar sus pretensiones de dominio.

Y como no existe la neutralidad política, la tarea educativa se desarrolla desde un lugar ideológico particular. El docente no sólo debe impartir conocimientos despertando la curiosidad de los alumnos sino que, además, debe movilizarlos al escudriño de la realidad, con el fin de poder modificar aquéllas cosas que atentan contra el bienestar común. Como dice Paulo Freire: “El mundo se salva si todos, en términos políticos, peleamos para salvarlo”(8). Y podemos pelear sólo si somos conscientes de que la realidad no es algo que exista en sí misma, sino que es el resultado de un proceso de desarrollo histórico profundamente direccionado e ideologizado. La realidad se construye día a día a través de la práctica política. No es una entidad autárquica, tiene por debajo una serie de intereses que están bien definidos por un determinado grupo de poder. De manera que, como dice Paulo Freire: “Ni el hambre, ni el desempleo son fatalidades, ni en Brasil, ni en la Argentina ni en ninguna parte”(9).

De manera que de lo que se trata es de fomentar una pedagogía crítica, que enseñe los contenidos educativos, desde una mirada global de la realidad tal como está siendo construida, para poder dar los instrumentos a los alumnos para que ellos sean partícipes de la historia que les está tocando vivir. Se impone otorgar las herramientas para que los alumnos puedan desentrañar los resortes de poder que determinan sus propias vidas, con el fin de que no compren fábulas prometedoras ni centauros inexistentes.

Pedagogía crítica y fuerza de la reflexión, son al decir de Freire y de Adorno respectivamente, los motores impulsores de la verdadera educación, de la transformación y renovación social. Lo contrario de esto, es la repetición de Auschwitz. Y repetir Auschwitz es asesinar con el gas autoritario de sentirse superiores a los alumnos. Es pensar que se puede producir conocimiento en forma autárquica, ignorando que todo conocimiento es el resultado de un proceso histórico, al igual que el sujeto cognoscente. Repetir Auschwitz es creer que el docente es el único portador del saber y que fuera de él, no es posible desarrollar el trabajo de aprendizaje. Y esta es la ilusión nazi. Una única raza con verdaderos conocimientos. Un profesor con saberes incuestionables y que deben ser reproducidos mecánicamente por sus alumnos.

Repetir Auschwitz significaría no leer en los alumnos más que nuestras propias ideas, no escuchar de ellos más que aquéllas opiniones que sean concursantes con las nuestras, es decir, hacer de los alumnos –como dice Meirieu- un objeto de fabricación propia, a nuestra imagen y semejanza. Un verdadero Frankenstein. Significaría encerrarlos en nuestras propias cámaras dogmáticas de conocimiento, sin darles más opción que resistir hasta la muerte definitiva de sus ideas. Es como crear un espejo de sí mismo. Esta es la ilusión nazi. Ilusión que se tiene en nombre del progreso, de la civilización. Ilusión que es sólo eso.

Repetir Auschwitz es producir objetos idénticos y reproductores, es formar clones de poca vida. Es tratar de conquistar a los alumnos, imponiéndoles las ideas como si fueran una tabla rasa. Esta es otra ilusión nazi. En lugar de conquistar y de amoldar desde el lugar de poder que supone ser docente, se debe procurar que los alumnos sean artífices de su propia formación. Así lo expresa Freire: “Tenemos la responsabilidad, no de intentar amoldar a los alumnos sino de desafiarlos en el sentido que ellos participen como sujetos de su propia formación”(10).

A este saber nazi que supone la repetición de Auschwitz, hay que ofrecerle resistencia, hay que desmantelar el holocausto de sus principios, a fin de construir una educación mucho más pluralista y menos autoritaria y dogmática, desde el saber crítico y la autorreflección creadora. Y esto no es una ilusión nazi.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

La enseñanza de la Filosofía dentro del contexto institucional actual

La enseñanza de la Filosofía dentro del contexto institucional actual

La enseñanza de la Filosofía dentro del contexto institucional actual, está entroncada dentro de un contexto de naturaleza mucho más global y general que es el de la postmodernidad o espíritu postmoderno. Dicho espíritu, que se nutre de todas las críticas realizadas al sujeto de la modernidad, rompe con muchos de los ideales actuales que se sostienen en las escuelas como paradigmas educativos de avanzada; esto es, mientras que el espíritu es posmoderno, la educación escolar sostiene pilares de la modernidad. Hay como un choque de hegemonías que se traduce en un desconcierto en algunos casos paralizante.

Tal desconcierto, genera consecuencias bastante desagradables, ¿cómo se puede sostener la búsqueda de un sujeto crítico, que busca conocer los misterios de la realidad- ideal moderno-con la idea de la crítica que se funda en la negación de valores gnoseológicos y axiológicos que sean fundamentos y explicaciones últimas? No hay fundamentos en la postmodernidad; sólo perspectivas. No hay búsqueda de principios absolutos; todo es tan relativo como la vida humana.

Entonces, ¿cómo enseñar filosofía desde esta perspectiva?, ¿se debe limitar la enseñanza filosófica a ser nada más que un instrumento de crítica respecto de lo instituido como natural?, ¿no debe tener como finalidad la búsqueda de la verdad, aunque ésta no sea más que creencia transitoria hasta que mejores explicaciones se interpongan?, ¿tiene sentido enseñar filosofía desde el lugar del relativismo, sin tomar ninguna posición como mejor fundada respecto de la problemática tratada?, ¿es enseñar a pensar dar distintas alternativas respecto de un tema, sin tomar ningún compromiso ante ninguna de ellas?,¿se puede separar la enseñanza filosófica del compromiso ideológico del que enseña?.

Estas no son más que algunas de las preguntas que surgen frente a la posibilidad de enseñar filosofía en el contexto de una institución educativa que está inserta en la postmodernidad, donde impera la negación de fundamentos últimos, la globalización a nivel económico y político y un fuerte descreimiento en el hombre como constructor de un mundo mucho más justo y equitativo. Si a esto le sumamos que no hay un hacia donde ir en común, no hay un futuro que se debe alcanzar, sino que cada quien construye su ética y conocimiento como mejor le parece, los problemas se agudizan aún más.

En medio de todo este conjunto caótico en el que nos sumerge la vida posmoderna están los adolescentes, quienes permanentemente buscan respuestas en sus hogares y no las encuentran, dado que muchos de esos hogares tienen una composición familiar muy distinta que la de hace años atrás. Muchos de los chicos son de padres separados, criados por sus abuelos, de un sector social ligado casi a la indigencia cuando no indigentes propiamente, con serios problemas de adaptación social y de conducta en las escuelas, sin ningún tipo de esperanzas respecto de su futuro, estudiando por obligación y con un total desinterés.

Además de la falta de comunicación de estos chicos con sus padres, dado que como dijimos, en muchos casos no existen, no están ni siquiera para retirar el boletín de sus hijos, los chicos están en una etapa en donde ya no son más niños pero tampoco son estrictamente adultos, es decir, están en una etapa de transición y adolecen de muchas cosas. Son concientes que la niñez ha quedado atrás, pero no saben cómo van a enfrentar su futuro. Tienen certeza que ya no tienen diez años y un total desconcierto respecto de lo que van a ser después de acabar la secundaria. Claro que muchos de ellos saben que terminar la secundaria no les abre las puertas, que no hay un mundo que los esté esperando con las manos abiertas; todo lo contrario, no los espera, no hay oportunidades para ellos. Y esto lo saben bien.

El mundo que espera a estos jóvenes es un mundo de ofertas de productos tecnológicos, un sistema capitalista que apunta permanentemente hacia ellos queriéndole ofrecer todo tipo de productos que no sólo no son necesarios sino que, además, son totalmente nocivos para la construcción de su subjetividad. El mercado de consumo los espera con las manos abiertas, no el mercado laboral.

Ante la falta de respuestas que los chicos encuentran en sus hogares, los profesores tienen que desarrollar muchas veces el lugar de la consejería psicológica. Tienen que poner el corazón más que la razón y escucharlos como el padre que muchos de ellos no tienen. Después de ello, tienen que evaluarlos. El profesor tiene que dar respuestas concretas, que puedan solucionar problemas. En tal sentido, en muchos de los casos, las abstracciones filosóficas no hacen más que agregar mayor confusión a las que ya tienen.

Si los padres no tienen respuestas porque no están, si el mundo los considera sujetos de consumo, si no existen valores absolutos, si no tienen esperanza laboral, si su propia edad se les presenta como problema y si los profesores ante cada problema concreto toman el discurso de que todo es relativo y no le dan ninguna respuesta, porque su tarea es la de abrir el abanico de posibilidades, los chicos se encuentran ante una falta total de recursos que los vinculen consigo mismos y con su propia realidad.

Ante todo esto, si le sumamos que el contexto institucional está atravesado por una variedad significativa de elementos culturales disímiles, que la composición de los chicos es tan heterogénea como las ideologías de los distintos profesores, que el sistema económico imperante produce la exclusión y la pobreza, así como la emigración de ciudadanos hacia otros países buscando un mejor desarrollo para sus hijos, entonces la enseñanza de la filosofía se torna mucho más complicada de lo que de hecho es.

Mientras que los profesores enseñan que los chicos deben ser críticos del orden social vigente, deben buscar la transformación social, muchos de los chicos están atravesando problemas concretos que los exceden de esta discusión. Antes de pensar en transformar su contexto social que, posiblemente los sumerja en muchos de los problemas que tienen, deben luchar contra problemas que son mucho más grandes y que son los que realmente les preocupan. Muchos deben luchar todos lo días para comer, para criar a sus hermanos más chicos, deben soportar un ambiente familiar hostil o indiferente, entre otras cosas.

En este mundo postmoderno todos son rehenes de un sistema que tiene reglas claras y consecuencias también claras. Se insiste en que los profesores deben enseñar a los chicos que la realidad no es algo natural y que, por tal motivo puede ser modificada. Sin embargo, se habla de la realidad como algo muy general, que está allí afuera, cuando los problemas de los chicos son bien concretos y están allí adentro de sus corazones. Por otro lado,¿quién determinó que todo lo que el hombre ha naturalizado es malo?,¿qué significa crítica de lo establecido? Pues, si la filosofía es una crítica permanente de todo lo establecido, entonces no hay nada permanentemente establecido, y si no hay nada permanentemente establecido, entonces no hay nada que criticar como establecido.

La realidad es demasiado compleja como para poder afirmar con certeza qué cosas son criticables y cuáles deben permanecer. Además, cada persona percibe las cosas con un lente individual e insustituible. Por supuesto que puede haber una coincidencia sobre muchas cosas, pero también existe una disidencia sobre muchas otras. Y parece que desde este espíritu postmoderno lo disidente, las opiniones alternativas son la regla y no la excepción, dado que, en términos protagorianos, si el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son, entonces resulta imposible tener una mirada sinóptica de la realidad, en ninguna de las multiformes maneras que ésta se presenta.

De manera que afirmar que la filosofía es una crítica de lo establecido, como señala Horkheimer, y que se debe enseñar a los chicos que deben ser críticos tiene muchas aristas controvertidas. Ser críticos por sí mismo no tiene ningún sentido; serlo con la finalidad de romper con lo establecido nos lleva a preguntarnos sobre qué cosas de las establecidas se deben romper, y supone un conocimiento demasiado profundo del comportamiento de la realidad que es heterogénea y multiforme. Por otra parte, transformar la realidad supone romper con lo establecido para establecer alguna otra cosa en su lugar, es decir, volver a algo establecido, también transitoriamente.

Me temo que los chicos están mucho menos preocupados con cambiar su macromundo que con cambiar sus pequeños grandes problemas que se corresponden con su micromundo y allí debe apuntar la enseñanza filosófica. Toda enseñanza filosófica que no contribuya a la solución de problemas, no sirve para nada .La filosofía surgió como respuesta a los enigmas que presenta el mismo hecho del ser de los entes, como búsqueda de la verdad, con la finalidad inmediata de dar respuestas concretas a los problemas más complejos, pero también más habituales.

La enseñanza en el nivel medio debe caracterizarse por tomar conciencia de los problemas más comunes que tienen los chicos de un determinado colectivo social, de una determinada fracción de la sociedad, para poder intentar dar respuestas con la ayuda de todo el conjunto de aportes intelectuales que nos han llegado de nuestra gran herencia filosófica. Claro que no hay respuestas definitivas a los grandes enigmas de la humanidad, pero sí existen respuestas a problemas concretos que pueden contribuir a un mejor funcionamiento de la sociedad.

No sólo es posible la enseñanza de la filosofía en el nivel medio, sino que es deseable y aconsejable, para poder pensar y repensar los problemas sociales desde los propios problemas y con la finalidad de hacer la vida mucho más agradable de lo que por sí misma parece ser y de hecho es. Es necesario contrarrestar todo un espíritu capitalista que está en contra del saber y que sólo busca maximizar las ganancias destruyendo y gastando las ilusiones de los chicos, que aún están en conflicto con sus familias, con la sociedad y con ellos mismos.

Desdeñar la enseñanza filosófica es desconocer que para resolver los problemas es necesario reconocerlos previamente y que pare reconocerlos es necesario pensarlos para después combatirlos.

Aproximación a la enseñanza de la Filosofía

Aproximación a la enseñanza de la Filosofía

Si enseñar filosofía supone la realización de una enumeración cronológicamente ordenada de ciertos pensadores y sus problemáticas, entonces no es posible enseñar filosofía. ¿Quién pude arrogarse el haber comprendido en su totalidad las ideas de un autor y de ser neutral en la selección canónica de los autores? Afirmar una comprensión total supone entender que todos los pensadores han sido sistemáticos en la exposición de sus ideas y aún más, que han sido coherentes y que le han sido coherentes sus ideas para ellos mismos, a pesar que, como sabemos, muchos de ellos han dicho cosas distintas en sus distintas obras y han reformulado sus posiciones o las han cambiado casi radicalmente. Por ejemplo, Platón sostiene en República X que los poetas deben ser echados de la polis porque su saber es inútil y está viciado de nulidad por ser una mimetiké téchne; en cambio, en Ion, sostiene que el poeta es un entusiasmado, un enajenado, un poseído de los dioses, alguien que habla por theis moira[1]

En el ejemplo anterior, el buen profesor debería enseñar las dos posiciones de Platón con relación al tema; sin embargo, está claro que el contexto sociocultural y político que tenía en mente Platón dista mucho de ser el mismo que uno puede llegar a tener, y que la degradación del poeta obedece a fines políticos, que son vilmente escondidos detrás de su teoría del Eidos. Con esto quiero decir, que ningún pensamiento humano puede surgir disociado del contexto histórico inmediato y que, además, por ser eso mismo, pensamiento humano, está sujeto a múltiples contradicciones e intereses que se interponen y atentan contra una genuina investigación.

Entonces, ¿qué es lo que se puede enseñar? Lo que se puede enseñar-suponiendo una serie de filtros inevitables-, como ser: el problema del contexto histórico-cultural, el problema del lenguaje, de las traducciones, de la incapacidad para una comprensión total y sistemática de un autor y la propia capacidad o incapacidad del profesor para poder transmitir las ideas sin ser un mero reproductor de sus propias imágenes, es una cierta problemática filosófica que es trascendental porque atraviesa a todos los entes de todas las épocas por igual y que tiene que ver con todas aquéllas preguntas que llamamos metafísicas y que siguen siendo las mismas a pesar que las respuestas hallan ido cambiando históricamente y según el enfoque filosófico.

Con esto no estoy diciendo que se debe desvalorizar, minimizar o dejar de lado la tradición filosófica; sólo que preguntas como: ¿qué es el hombre?, ¿existe o no existe Dios?, ¿de dónde vengo y adónde voy?, ¿tiene un sentido la historia?, entre otras, pueden ser abordadas y reelaboradas de manera muy distinta de cómo históricamente fueron pensadas. La problemática de esta serie de preguntas traspasa cualquier ámbito local y por eso mismo pueden servir para pensar distintas respuestas en el contexto histórico-cultural propio.

Ahora bien: pretender enseñar una filosofía desconociendo todos estos filtros con los que nos encontramos inexorablemente, es caminar por la vereda de la ingenuidad y de la superficialidad. Sin embargo, todos estos obstáculos pueden ayudarnos a obtener un conocimiento más profundo de las cosas, dado que nos desafían a indagar mucho más en las diversas problemáticas antedichas; es decir, más que paralizarnos nos pueden motorizar, esto es, más que resignarnos por lo inevitable de su presencia, los podemos integrar constructivamente; de lo contrario, nada podría ser enseñado.

Quizás el mayor obstáculo para la enseñanza de la filosofía sea la falta de profundidad con que los docentes abordan los temas; el obstáculo es más bien de carácter subjetivo y no tanto por las condiciones objetivas que presentan la imposibilidad de estar en la mente de otra cultura, otro lenguaje, otra cosmovisión del mundo.

La enseñanza de la filosofía no sólo es posible, sino que es deseable, porque el ser humano se sigue haciendo las mismas preguntas y sigue teniendo los mismos problemas existenciales de siempre; cambian las formas periféricas que lo rodean, pero no cambian sus necesidades interiores insatisfechas. Como dice Aristóteles: “Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber”[2]. Y si todos por naturaleza tienen el deseo de saber, la enseñanza de la filosofía es propicia para satisfacer ese deseo, que es tan natural como alimentarse todos los días.

Ahora bien, si este deseo es natural, tanto la enseñanza como el aprendizaje de la filosofía está justificado, es decir, se debe enseñar filosofía porque existe una necesidad natural de saber y es esta misma necesidad la que justifica que el proceso de aprendizaje, que es individual y subjetivo sea llevado a cabo. Quien desea saber, no desprecia la enseñanza, y quien se dedica a la enseñanza no desprecia el saber. De esta manera, no existe ningún hiato insalvable entre la enseñanza de la filosofía y su aprendizaje. Se puede enseñar porque se tiene el deseo de aprender y se puede aprender porque se tiene el deseo de saber.

Tal vez, la pregunta que surge de todo esto sea si es verdad que todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber, es decir, si el deseo de conocer las cosas es parte esencial de la constitución humana, es connatural o congénito, o si hay hombres que no tienen este deseo. Pareciera que la respuesta no puede ser otra que sí, sobre todo si nos atenemos al origen de la historia de la filosofía y al desarrollo evolutivo del hombre en todos sus aspectos.

Con relación al binomio hacer filosofía-aprender filosofía, se puede decir primeramente que éste de ninguna manera resulta ser antitético, es decir, no hay ninguna contradicción entre una producción filosófica y la adquisición de conocimientos filosóficos. Se puede producir filosofía en el mismo proceso de aprendizaje, puesto que, aprender filosofía no es repetir como un loro ciertos contenidos, sino reelaborar los mismos desde posturas propias. Existiría alguna contradicción si supusiéramos que aprender significa reproducir, pero este supuesto está descartado, dado que ninguna reproducción es totalmente una reproducción fiel, sin ningún atisbo de interpretación subjetivo. De manera que en la reproducción existe una operación interpretativa que por sí misma ya produce una cierta producción filosófica o un cierto hacer filosofía. Dado que no es posible una reproducción lineal, toda reproducción es una producción de conocimientos que se nutre de contenidos previos, pero que puede tomar distancia de los mismos para producir una consideración, no nueva, pero sí distinta. Esto es lo que Badiou llama “repetición creativa”.

Hacer filosofía es pensar las distintas problemáticas humanas con todo el apoyo de los pensadores que nos precedieron en el pensamiento, dado que es imposible empezar a pensar desde cero, ignorando toda la tradición o suponiendo una falsa originalidad en la novedad de los problemas o del pensamiento construido. Hay una continuidad en el pensamiento porque, en términos de Hegel, la realidad es un conjunto de relaciones dialécticas, en donde cada instancia lleva en sí instancias anteriores y presupone instancias posteriores. Esto es, de la nada, nada viene.

Tampoco existe ninguna contradicción entre aprender filosofía y aprender a filosofar, dado que aprender a filosofar requiere necesariamente de la adquisición de ciertos conocimientos filosóficos previos que contribuyen, alimentan y despiertan el interés por pensar las problemáticas de lo real. Aprende a filosofar sólo quien tiene la inquietud por aprender filosofía, puesto que aprender filosofía supone un cierto interés por tratar de pensar las cosas de otra manera. Y este deseo de pensar las cosas de otra manera necesita saber como fueron pensadas primeramente las cosas, es decir, aprender filosofía, conocer las distintas respuestas que han sido dadas a las diferentes problemáticas que ofrece el estudio del ser y de la realidad.

Afirmar que aprender a filosofar es algo muy distinto que aprender filosofía, significaría admitir que mientras se estudian los distintos enfoques y respuestas filosóficas, la actitud del estudiante es simplemente pasiva, ciegamente receptiva, que no aporta ninguna reflexión sobre el material estudiado; en fin, que no filosofa. Y si no aprende a filosofar mientras estudia distintas filosofías, entonces su estudio de las filosofías es meramente reproductivo, memorístico; su actitud pasiva y su aptitud insuficiente. Y siguiendo a Aristóteles en este punto, en el acto cognitivo dos potencialidades se actualizan simultáneamente: la capacidad de afectar al objeto y la capacidad de ser afectado por él. Por tanto, en toda reflexión filosófica el aprender filosofía se actualiza simultáneamente con el aprender a filosofar. Se aprende a filosofar aprendiendo filosofía.

El para qué enseñar filosofía o filosofar está justificado por todo lo dicho hasta aquí. Si el deseo de saber es natural en el hombre y el pensamiento filosófico atraviesa todos los órdenes del saber, es decir, si el deseo es objetivo, porque es natural y el objeto es omnicomprensivo, porque es holístico o encíclico, entonces la actividad filosófica tanto individual como a través de la enseñanza es un don inevitable. Se debe enseñar filosofía para tratar de cubrir las lagunas, los misterios que implican ser y existir, para tratar de repensar y reelaborar la realidad desde posiciones críticas, con el fin de satisfacer o alimentar de la mejor manera posible, este deseo connatural de entender objetivamente el por qué y el para qué de todas las cosas.

Y para enseñar filosofía el profesor debería tener en cuenta que es en este mundo complejo, multidimencional y posmoderno en donde la tarea del docente debe ser ejercida. Como dice Adorno, para que no se repita Auschwitz, hay que educar a los niños de tal manera que no repitan esos hechos, hay que darles una educación de cultura general, hay que motorizar la fuerza liberadora educativa, la fuerza de la reflexión, de la autodeterminación.[3] Una de las maneras de repetir Auschwitz es enseñar sin compromiso, sin passio, sin memoria y sin ideología. En definitiva es enseñar sin saber desde dónde, por qué y para qué.

La docencia sin vocación atenta contra el futuro no sólo individual del alumno, sino contra el futuro de una sociedad. Porque cuando no hay vocación, está muerto el incentivo de búsqueda permanente que debe tener todo docente y que debe ser transmitido y construido conjuntamente. Como dice Paulo Freire: “El ser que se sabe inacabado entra en un permanente proceso de búsqueda”[4] Cuando no hay vocación no hay amor por la tarea y sin amor, nada puede ser desarrollado. El docente debe amar lo que hace con entera sinceridad, debe tener una verdadera vocación de servicio, de entrega y de compromiso que no puede ser reemplazado por ninguna cosa.

El trinomio vocación, pasión y rigor técnico debe ser la clave del éxito en su tarea. No se puede enseñar sin vocación, sin pasión y sin rigor. Con rigor aludo al hecho de que las clases deben ser preparadas con anterioridad a ser presentadas, más allá que puedan ser modificadas durante el proceso de transmisión, recurriendo a toda la gama de recursos disponibles para su mayor comprensión. De lo que se trata es de no caer en el simplismo. Así lo expresa Paulo Freire, refiriéndose a la tarea del docente: “Su tarea no es hacer simplismo porque el simplismo es irrespetuoso para con los educandos”[5]. Hay gran irrespetuosidad en el simplismo que simplifica las cosas, que desconoce etimologías y terminologías técnicas que, en definitiva, iguala hacia abajo y naturaliza la mediocridad. Se debe procurar la profundidad que hay en la simplicidad, lo que no debe ser confundido con reducir la complejidad de los problemas a cero, dado que eso significaría también ser absolutamente irresponsable.

El simplismo que reduce la verdad a medias, se nutre de la apatía y no de la empatía. Su fundamento es el abandono al menor esfuerzo y su ética es el absoluto desinterés por el otro. Sin embargo, ser empáticos significa procurar la comprensión del otro desde su propio lugar y a partir de allí acometer con la difícil tarea educativa. De lo que se trata es de comprometerse no sólo con los contenidos a ser desarrollados, sino con el mundo en donde esos contenidos se desarrollan. Y cuando hablo de “mundo” me refiero tanto al espíritu de una época como a los alumnos que viven inmersos en el mismo. El compromiso debe ser ético y activo, es decir, se debe enseñar desde el ejemplo pero también con la missio de transformar el mundo. No basta con dar lindas lecciones si no hay un compromiso con el otro desde su propio lugar. Como dice Paulo Freire: “Lo importante es el testimonio que damos con nuestra conducta”[6]

La neutralidad en la transmisión educativa, no existe ni debería existir en el ámbito gnoseológico ni en el ámbito político. No existe, porque todos los docentes enseñan desde un determinado lugar con vistas a producir determinados cambios en los alumnos que van más allá del aprendizaje de una materia determinada. El no debería está marcado por la imposibilidad de la transmisión de la enseñanza sin presupuestos indemostrables. En otras palabras, es imposible el pensamiento solipsista, aislado del mundo, dado que todos los seres humanos son el resultado de un proceso sociocultural determinado. La neutralidad educativa y la pretendida objetividad es un cuento quimérico que algunos gustan contar con la finalidad de ocultar sus pretensiones de dominio.

Y como no existe la neutralidad política, la tarea educativa se desarrolla desde un lugar ideológico particular. El docente no sólo debe impartir conocimientos despertando la curiosidad de los alumnos sino que, además, debe movilizarlos al escudriño de la realidad, con el fin de poder modificar aquéllas cosas que atentan contra el bienestar común. Como dice Paulo Freire: “El mundo se salva si todos, en términos políticos, peleamos para salvarlo”[7] Y podemos pelear sólo si somos conscientes de que la realidad no es algo que exista en sí misma, sino que es el resultado de un proceso de desarrollo histórico profundamente direccionado e ideologizado. La realidad se construye día a día a través de la práctica política. No es una entidad autárquica, tiene por debajo una serie de intereses que están bien definidos por un determinado grupo de poder. De manera que, como dice Paulo Freire: “Ni el hambre, ni el desempleo son fatalidades, ni en Brasil, ni en la Argentina ni en ninguna parte”[8]

De manera que de lo que se trata es de fomentar una pedagogía crítica, que enseñe los contenidos educativos, desde una mirada global de la realidad tal como está siendo construida, para poder dar los instrumentos a los alumnos para que ellos sean partícipes de la historia que les está tocando vivir. Se impone otorgar las herramientas para que los alumnos puedan desentrañar los resortes de poder que determinan sus propias vidas, con el fin de que no compren fábulas prometedoras ni centauros inexistentes.

Pedagogía crítica y fuerza de la reflexión, son al decir de Freire y de Adorno respectivamente, los motores impulsores de la verdadera educación, de la transformación y renovación social. Lo contrario de esto, es la repetición de Auschwitz. Y repetir Auschwitz es asesinar con el gas autoritario de sentirse superiores a los alumnos. Es pensar que se puede producir conocimiento en forma autárquica, ignorando que todo conocimiento es el resultado de un proceso histórico, al igual que el sujeto cognoscente. Repetir Auschwitz es creer que el docente es el único portador del saber y que fuera de él, no es posible desarrollar el trabajo de aprendizaje. Y esta es la ilusión nazi. Una única raza con verdaderos conocimientos. Un profesor con saberes incuestionables y que deben ser reproducidos mecánicamente por sus alumnos.

Repetir Auschwitz significaría no leer en los alumnos más que nuestras propias ideas, no escuchar de ellos más que aquéllas opiniones que sean concursantes con las nuestras, es decir, hacer de los alumnos –como dice Meirieu- un objeto de fabricación propia, a nuestra imagen y semejanza. Un verdadero Frankenstein. Significaría encerrarlos en nuestras propias cámaras dogmáticas de conocimiento, sin darles más opción que resistir hasta la muerte definitiva de sus ideas. Es como crear un espejo de sí mismo. Esta es la ilusión nazi. Ilusión que se tiene en nombre del progreso, de la civilización. Ilusión que es sólo eso.

Repetir Auschwitz es producir objetos idénticos y reproductores, es formar clones de poca vida. Es tratar de conquistar a los alumnos, imponiéndoles las ideas como si fueran una tabla rasa. Esta es otra ilusión nazi. En lugar de conquistar y de amoldar desde el lugar de poder que supone ser docente, se debe procurar que los alumnos sean artífices de su propia formación. Así lo expresa Freire: “Tenemos la responsabilidad, no de intentar amoldar a los alumnos sino de desafiarlos en el sentido que ellos participen como sujetos de su propia formación”[9]

A este saber nazi que supone la repetición de Auschwitz, hay que ofrecerle resistencia, hay que desmantelar el holocausto de sus principios, a fin de construir una educación mucho más pluralista y menos autoritaria y dogmática, desde el saber crítico y la autorreflección creadora. Y esto no es una ilusión nazi.


[1] ¿Es el poeta un simulador, un vendedor de apariencias o eikones, o es un poseído de los dioses? Estas dos cosas son totalmente opuestas, puesto que si es un poseído de los dioses y habla por don divino no debería ser expulsado de la Polis; si es un productor de simulacros la expulsión está justificada. Está claro que al Platón de la República le era conveniente degradar el saber de los poetas para poder establecer la paideia griega sobre el fundamento del saber filosófico o, mejor dicho, de su forma de entender el saber filosófico y su propia realidad.


[2] Aristóteles, Metafísica, Libro I, Cáp. I.
[3] Adorno, T W, Consignas, pag 80.
[4] Freire, Paulo, El grito Manso, pag 4.
[5] Freire, Paulo, El grito Manso, Pág. 5.
[6] Freire, Paulo, El grito Manso, Pág. 6.
[7] Freire, Paulo, El grito Manso, Pág. 7.
[8] Freire, Paulo, El grito Manso, Pág. 7.
[9] Freire, Paulo, El grito Manso, pag 14.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Ser cristiano en América Latina hoy

(Los antídotos contra el relativismo)
Introducción

Lo que denominamos con el nombre “postmodernidad” está haciendo estragos en la sociedad mundial y sobre todo en los países latinoamericanos en donde la inestabilidad política en algunos, la pobreza inhumana en otros y el exceso de movimientos o manifestaciones cuasi evangélicas, se oponen, desalientan y destruyen el mensaje cristiano, prometiendo salvatajes y soluciones en las que no tienen en cuenta la Palabra de Dios como autoridad definitiva y segura para un cambio genuino a nivel social e individual. .

Estamos en un mundo postmoderno, en un mundo en donde el sapere aude ha sido reemplazado por el carpe diem, en donde el dios Apolo ha sido fraccionado en mil pedazos, mientras Dionisio ha sido rescatado orgiásticamente de una manera notable. La revaloración de las experiencias individuales, del cuerpo del otro y del cuerpo propio es mucho más atractiva que cualquier tratado de filosofía. Las explicaciones rápidas a problemas grandes, las soluciones inmediatas y milagrosas están a la suerte del día. La desconfianza por el otro, el vacío emocional, la indiferencia y ensimismamiento, la cruel frialdad e individualidad se rescatan como valores positivos. La expropiación de la posibilidad de crecer en lo económico, la imposibilidad de terminar una carrera se torna más evidente en los países latinoamericanos.

El ardid del relativismo que profesan los que se adaptan al espíritu de esta era postmoderna, choca decididamente contra los fundamentos inmutables del cristianismo bíblico. Si la verdad es relativa a cada una de las personas, entonces es funcional, procedimentalista y meramente instrumental o utilitarista. No hay que buscar ninguna verdad fuera del hombre ni en otros hombres, la verdad se la da cada uno y es lo que cada uno quiera creer.

Si el relativismo implica que existen múltiples lecturas de la realidad y que cada una de ellas se hace de lugares absolutamente distintos, entonces no nos queda más que respetar las diferencias. Sin embargo, respetar las diferencias significa mantenerlas y mantenerlas significa naturalizar el contexto de desigualdad en el que han surgido. Este es un serio problema, porque se puede caer en el error de justificar cualquier cosa por el mero hecho de respetar al otro. Se torna imposible tratar de respetar los fundamentos que llevaron a los nazis a crear los campos de concentración. Resulta imposible tratar de comprender por qué a las mujeres en el mundo islámico se le practica la oblación del clítoris. Si respetar es igual a mantener y mantener es igual a naturalizar, estamos en serios problemas

En este mundo postmoderno todos se apresuran por llegar, pero sin saber cómo y adónde. El presente se torna incierto y el futuro poco promisorio. La aceleración de la vida atentan contra la propia vida humana. El estrés, la bulimia y la anorexia hacen estragos en los jóvenes. Las adicciones ponen palabras donde el vacío emocional las oculta. El miedo a la muerte expresado en el llamado “ataque de pánico” cobra cada vez más víctimas. Y por supuesto, la tarea educativa está cada vez más devaluada. Lo cierto es que en un mundo donde todo está tan fragmentado, en donde no existe ningún saber que sea absolutamente verdadero, la propuesta cristiana está mucho más cuestionada.

En un mundo en donde asistimos sin rezongar a la subjetivización del objeto y a la objetivación del sujeto, en donde los objetos adquieren características humanas, dado que se los requiere, respeta y aún se mata por ellos, mientras que los humanos nos vamos cada vez más cosificando, desvalorizando, animalizando y masificando, la actividad educativa cristiana se torna totalmente imprescindible.

Esta reivindicación del homo mensura protagoriano desplaza a Dios del escenario de la historia y coloca al hombre en el centro de la escena, de su propia escena, creada a su imagen y semejanza. El antropocentrismo que se desprende del relativismo termina con toda pretensión cristiana de afirmar principios últimos y verdades transgeneracionales, válidas para todas las épocas, dado que tienen a Dios como autor y fundamento supremo.

Contra un mundo que sostiene un crudo relativismo en materia axiológica, gnoseológica y que profesa el materialismo en todas sus formas, el cristiano tiene que estar cada vez más preparado para dar respuestas a los múltiples y heterogéneos problemas de la sociedad postmoderna. No debe dejarse engañar por las artimañas de un sistema que se opone a Dios y a todos sus principios y formas de vida.

I- El primer antídoto contra el relativismo: Las razones de Fe

Sin duda, no hay mejor remedio para combatir el relativismo gnoseológico y en materia de fe que impera en Latinoamérica y en el mundo que la fuerte preparación bíblica y filosófica. Es necesario desarticular el “yo pienso y creo lo que quiero”, la conducta perspectivista, y poner en su lugar sólidos fundamentos explicativos de las diferentes problemáticas sociales, metafísicas y neofilosóficas. No es posible que quienes estén dando estas respuestas sean personas ajenas al pensamiento cristiano. Se necesita valor para enfrentar este caos de ideas que aflora en nuestras sociedades y para ello mucha preparación y conocimiento de cuáles son las ideas que más perturban el orden social y contradicen el orden espiritual estatuido por Dios.

Si bien este caos de ideas que se nutre de la muerte de los grandes relatos, del achicamiento de esperanzas para el futuro, de la angustia que tiene el hombre por no encontrar respuestas firmes y verdaderas para sus acuciantes problemas económicos y espirituales, van minando de un sinsentido el corazón humano y, asimismo, desplomando toda ilusión ultraterrena, esto mismo marca un gran desafío para los cristianos latinoamericanos para sembrar el evangelio desde el profundo conocimiento y con un compromiso por el otro sin igual, sin rematar el evangelio con promesas exageradas, tales como: en Cristo nunca más vas a tener problemas, sino con un respeto total por la integralidad del evangelio que nos invita a tomar la cruz cada día.

No es posible combatir el relativismo en todas sus formas de expresión con cristianos que no tienen muy en claro cuáles son sus ideas con respecto a la Biblia y el mensaje de Cristo. Si como cristianos no tenemos en claro cuáles son nuestros principios y no estamos dispuestos a vivir por ellos, entonces no podemos ayudar a nadie, no podemos actuar en función de la luz que Cristo dijo que somos del mundo, no podemos salar la tierra. Necesitamos comprometernos con la realidad latinoamericana y dar respuestas desde la Palabra de Dios frente a los agudos problemas del hombre.

Al relativismo se lo combate con certezas y éstas sólo las encontramos en la Palabra de Dios que es absoluta. Para contrarrestar las dudas y el carpe diem que propone el hombre postmoderno con su creciente relativismo, debemos conocer lo que Dios quiere para nosotros, su corazón, pero también su cabeza, para hablar en sentido antropomórfico.

Algunos cristianos sólo conocen su corazón, tienen mucho entusiasmo pero le faltan ideas, y sin ideas es imposible contrarrestar doctrinas como el materialismo dialéctico, la evolución u otras similares. Entonces se transforman en sensacionalitas y tienden a condenar a todos aquellos que no acepten lo que ellos piensan.

II-El segundo antídoto contra el relativismo: La santidad de vida.

No basta con tener un profundo conocimiento del contenido teológico y del espíritu postmoderno imperante en nuestra sociedad, es necesario llevar una vida que sea verdaderamente ejemplo para quienes nos rodean, que despierte en los demás un profundo deseo por preguntar qué es aquello que nos hace vivir diferentes al resto. Se necesita poner todo nuestro esfuerzo y nuestra voluntad para poder renunciar a aquellas cosas que nos impiden homologar la estatura de Cristo, reflejar su amor y su estatura espiritual.

El mundo está harto de los hipócritas que predican una cosa y hacen otra, ya bastantes ejemplos surgen cotidianamente de la vida política: políticos que prometen en las campañas electorales no sólo más de lo que pueden hacer, sino cosas que saben que no van a hacer, políticos que cambian de partidos o se asocian a coaliciones con el sólo hecho de obtener poder, sin importarle la desesperación y el hambre de la gente, abogados que defienden a narcos y a ladrones por intereses económicos, jueces que cajonean causas y reciben una importante bolsa de dinero, delincuentes acaudalados que pagan fianzas para recuperar su libertad; el mundo está cansado de estas cosas y los cristianos somos su única esperanza, debemos mostrarles con nuestro ejemplo que las cosas pueden y deben ser diferentes.

Sin embargo, es dable decir también que muchos que dicen ser cristianos adoptan los valores de este mundo y de este espíritu. Algunos líderes predican sobre el amor, que es mejor dar que recibir y viven en mansiones y andan en automóviles último modelo, mientras en su propia Iglesia hay gente que no tiene para comer; más aún, algunos propietarios de más de una casa le alquilan a sus propios hermanos sus viviendas a precios exorbitantes y después hablan del amor en el púlpito. Y no hablemos de aquellos líderes que piensan que deben ser servidos y nunca se acercan a los hermanos y ni siquiera saben donde viven. Con líderes que no se ocupan de las personas y no entienden que el que no vive para servir, no sirve para vivir, o como dijo Cristo: “Yo no he venido para ser servido, sino para servir”[1], es imposible producir un cambio profundo en Latinoamérica.

III- El tercer antídoto contra el relativismo: La entrega de amor y el sacrificio total

No sólo debe haber cristianos que conozcan concienzudamente la Palabra de Dios y vivan una vida santa, ya que como dice la palabra: “Sin santidad nadie verá a Dios”, sino que es esperable también que la entrega al servicio cristiano sea total, que donde halla una necesidad allí estén los cristianos para tender una mano sin esperar nada a cambio, que estén dispuestos a amar con todo el corazón.

En cuanto al por qué debemos amar sólo bastaría con afirmar que Dios es amor [2]como razón suficiente. Que el Dios que nos impone el deber de amar, se impone a sí mismo el deber de amarnos con amor eterno, con verdadero y sublime amor. De modo que Dios nos pide que hagamos lo que él hace, lo que él es, lo que quiere que nosotros seamos. Dios es el manantial de amor que fluye permanentemente. Así lo expresa Kierkegaard en su oración: “¿Cómo podría hablarse rectamente del amor si quedases olvidado Tú, oh Dios del amor, de quien procede todo amor en el cielo y en la tierra?[3]Parafraseando a San Agustín: Dios es la recta medida del amor, que es el amor sin medida.

Dios es el por qué del amor, el pleno cumplimiento de su propia esencialidad. El por qué debemos amar lo responde el mismo corazón de Dios y los cristianos no tienen ninguna objeción al respecto. Todos están de acuerdo en que el amar al prójimo es la base del amor a Dios, dado que, como dice el apóstol Juan: “Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?[4]El amor a Dios no es un concepto puramente racional, requiere de un compromiso activo con relación a la realidad social.

Si debemos amar porque Dios es amor, debemos amar imitando el amor de Dios, aunque sea desfiguradamente, para saber justamente qué es amar. Amar es entregar lo más querido en favor de los demás, es negarse a sí mismo y renunciar a todo egoísmo. Es tomar la cruz como modelo de sacrificio vicario y expiatorio. Es ponerse en el lugar de los demás soportando muchas veces el desprecio injustificado. El verdadero amor cristiano, el que se nutre de la eternidad y se funda en ella, no consiste en charlatanería barata ni en largas y repetidas oraciones desde el cómodo lugar de la oficina pastoral o del convento; tampoco en largas peregrinaciones a lugares inalcanzables, ni de sermones elegantes homiléticamente construidos ni de flagelaciones corporales innecesarias; el verdadero amor consiste en sacrificio que mueve a la praxis, que desparaliza, que persigue la meta de la satisfacción de la necesidad ajena que no puede ni debe esperar, que es impaciente y que debe serlo.

El verdadero amor se expresa a través de los frutos, por medio de lo que produce y no por el deseo de producir, ni por la aspiración ni el conocimiento teórico de que se debe producir. La vida secreta del amor que habita en lo oculto de la interioridad del corazón humano, debe manifestarse en público por medio de la calidad de sus frutos, de la auténtica y genuina transformación de vida que está dispuesta, si es necesario, a dar su vida por los demás.

La calidad de los frutos revela la calidad de creyente, porque no puede un árbol bueno producir malos frutos ni un árbol malo producir buenos frutos. Y los buenos frutos se reconocen por una vida transparente y que es consecuente consigo misma, con una vida en que se ha reconciliado el decir y el hacer, en la que amar no es tanto un deber mandado, sino una necesidad querida y consentida. De manera que es una necesidad para el amor manifestarse por medio de los frutos; sin tal necesidad, no hay verdadero amor y tal árbol merece ser maldecida como una higuera infructífera.[5]

Si no hay frutos del amor, sólo existen las hojas de las palabras huecas y descomprometidas. Como dice El apóstol Juan: “Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y de verdad”[6]El amor cristiano debe ser más que algo asentido, algo fuertemente vivido y practicado. Debe ser auténtico y maduro, porque… “el amor inmaduro y engañoso se conoce en que su único fruto son las palabras y las expresiones locuaces”[7]

De manera que amar es jugársela entera como se la jugó Jesucristo en Getsemaní, es cambiar el deseo de mi voluntad en pos de abrazar una causa que inspire suplir todo tipo de necesidades humanas y cotidianas. El por qué y el qué es amar está coimplicado en la misma persona de Dios y ejemplificado magistralmente en el despojo de sí mismo, de su gloria en la encarnación.

¿Cómo debemos amar? Con todo nuestro corazón, con todo nuestro cuerpo, con toda nuestra inteligencia; en definitiva, con toda nuestra existencia, buscando ser, al menos, una sombra activa de lo que fue la cruz de Cristo. Debemos amar con la firme convicción desinteresada que no hay mayor certeza en el mundo que sea superior al entregar la vida, si es necesario, por los demás.

Debemos amar en forma incondicional, sin esperar recompensas terrenas ni limosnas pasajeras, puesto que el tesoro del cristiano está en los cielos y no en la tierra. Amar de esa manera nos libera de egoísmos mezquinos y adulaciones ensoberbecedoras, nos asemeja a Dios aunque sea muy mínimamente, nos otorga verdadera independencia. Así lo expresa Kierkegaard: “…este “tú debes” libera al amor en feliz independencia. Tal amor no nace y muere conforme a la ley de la eternidad, es decir, no muere nunca; tal amor no depende de esto o de aquello, solamente depende de lo único que libera, por tanto, es eternamente independiente”[8]

El cómo debemos amar debe estar impulsado por el tú debes y por el yo quiero elegir ese debe como si yo lo hubiese mandado para mí mismo. Debo amar el tú debes como un imperativo que nace de mi propia voluntad, que se me impone desde lo querido y elegido por mí y no como la carga impuesta externa de una voluntad divina. Sólo eligiendo por convicción el tú debes se puede amar verdaderamente. El debe de la prescripción debe ser transformado en un debe de la elección; sólo así el tú debes no tendrá el sabor agrio de lo meramente prohibitivo, sino el dulce aroma de lo gratamente elegido.

En cuanto a cuál es el objeto de nuestro amor está claro que son todos y cada uno de los hombres que viven en este mundo. Y cuando digo todos están incluidos aún aquellos que son nuestros enemigos, aquellas personas que no nos quieren por los más diversos motivos. Porque “quien de verdad ama al prójimo, ama también en consecuencia a su enemigo. Esta diferencia: “amigo o enemigo”, es una discriminación en el objeto del amor, pero el amor al prójimo contiene de seguro un objeto indiscriminado. El prójimo es la completamente incognoscible distinción entre hombre y hombre, o la eterna igualdad de los hombres delante de Dios”[9]

De manera que el verdadero amor no distingue amigos de enemigos, sino que los agrupa a todos bajo el manto del deber de amarlos. Es un amor según el Espíritu y no según las inclinaciones, un amor de abnegación indiscriminado, que no ama al que lo ama, sino a todos los hombres. “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?”[10]

En términos kierkegaardianos, amar a los que te aman es el amor por predilección y no es otra cosa que una forma de amor propio, una duplicación del yo. Amar sólo al amigo y al amado es como amarse así mismo. El yo del amor propio se fusiona con el yo de la predilección y de esta manera se duplica el egoísmo del amor propio, que no es más que la divinización de uno mismo, que es idolatría. El amor que se cimienta en la eternidad, el amor movido por el tú debes, es un amor que ignora todo tipo de predilección, va más allá de ésta, y se sacrifica abnegadamente por la totalidad de los hombres, obturando las diferencias con las palmas del corazón.

Conclusión:

Si los cristianos pudiésemos practicar estos tres antídotos, muchas de las cosas que existen en este mundo cambiarían, la maldad no se extinguiría, pero menguaría en gran escala. Creo que como cristianos somos un poco responsables de tener una Latinoamérica partida y vendida al pecado. Muchas veces callamos ante la injusticia, la explotación y los abusos de diferentes índoles, por miedo, por egoísmo o por el simple hecho de que a nosotros no nos pasó. El “no te metas”, se ha naturalizado y lo hemos incorporado como parte de nuestra vida. ¿Y si nos empezamos a meter?¡ Cristianos de Latinoamérica: despertad!



[1] Esta expresión que encontramos en los evangelios resalta en profundidad lo que Cristo pensaba del servicio, a pesar de que algunos líderes actuales podrían expresar, sin dudas: “Yo no he venido a servir, sino a ser servido”.
[2] 1 Juan, Cáp. 4, versículo 8.
[3] Kierkegaard, Las Obras del amor, Tomo I, Pág. 57.
[4] 1Juan, Cáp. 4, versículo 20b.
[5] Evangelio de Mateo, Cáp. 21, versículo 18-22.
[6] 1 Juan, Cáp. 3, vers. 18.
[7] Kierkegaard, Las Obras del amor, Tomo I, Pág. 56.
[8] Kierkegaard, Las Obras del amor, Tomo I, Pág. 96.
[9] Kierkegaard, Las Obras del amor, Libro I, Pág. 139.
[10] Mateo Cáp. 5, vers 43-44 y 46.