viernes, 16 de abril de 2010

Las mil caras del cristianismo




Introducción.


El cristianismo no ha sido ni es un movimiento homogéneo. Tanto sus enseñanzas como sus prácticas y formas de culto han sido distintas en cada período histórico desde su origen. No existe una forma acabada del cristianismo ni mucho menos un grupo selecto de iluminados con la capacidad de descifrar en forma infalible los contenidos misteriosos de la revelación hagiográfica. A pesar de que algunas confesiones e instituciones cristianas desde todos los tiempos se han arrogado ser las depositarias de la verdadera interpretación bíblica, la disidencia interpretativa entre ellas aún en aquéllos principios que se suponen inamovibles, lo desmiente.
Las disidencias no sólo se dan entre las distintas y variadísimas manifestaciones cristianas, sino también, entre los miembros de una misma denominación. El cristianismo actual como el prístino está dividido en distintas confesiones de fe, que suponen distintos orígenes culturales, distintas influencias filosóficas y distintas escuelas teológicas, que obedecen a distintas cosmovisiones y a distintos intereses políticos y económicos. Es decir, el cristianismo no es un movimiento aislado e independiente de la sociedad ni de los procesos que dan lugar a las distintas formas de interpretar el mundo. El cristianismo es un movimiento que está en el mundo y no contra el mundo ni a pesar de él.
Las distintas cosmovisiones que han predominado a lo largo de su breve historia, han fragmentado al cristianismo. El cristianismo ha tenido que vestirse con distintas ropas para poder sobrevivir al oleaje del poder político. En algún sentido, ha tenido que modificar sus doctrinas reinterpretándolas desde distintas carátulas conceptuales. Ha sido absorbido tanto por concepciones filosóficas como por políticas de dominación interesada. El cristianismo ha tenido tantas caras como las caras de cada uno de sus seguidores, es decir, existen tantos cristianismos como cristianos.
Que existan tantos cristianismos como cristianos no sólo significa que las variantes interpretativas sean múltiples, sino también, que el proceso de conversión interior es privado y sus manifestaciones son públicas y están determinadas históricamente. Lo que puede ser universalizable del proceso de conversión es el hecho de que es una experiencia interior privada, inexplicable e intransferible. Sin embargo, sus manifestaciones públicas, sus exteriorizaciones están determinadas histórico-socialmente. Es decir, la experiencia de conversión atraviesa a todos los hombres cualquiera sea la época y cosmovisión dominante; en cambio, las expresiones visibles de esta experiencia, las consecuencias prácticas de la misma, han ido variando según sea, no sólo el período histórico sino además, las motivaciones personales, las interpretaciones dogmáticas y las expectativas escatológicas.
El cristianismo es un movimiento que se ha caracterizado desde su nacimiento por la heterogeneidad. La fila de sus miembros se compone tanto de personas educadas como Pablo o Lucas, como por pescadores como Mateo. Y por eso mismo, las interpretaciones que cada uno iba a dar del ministerio de Cristo estaban atravesadas por lo que ellos eran como personas. En este sentido, todo su bagaje cultural o la ausencia del mismo, generaron distintas lecturas del verbo hecho carne.
Las múltiples formas de entender, de explicar o de creer en el cristianismo, nos lleva a la disolución de lo que no es más que una ilusión, es decir, que haya una única manera de interpretar el cristianismo. En otras palabras, que haya un único cristianismo, a pesar que existe un único Cristo. Sin duda, el cristianismo es un misterio que tiene a Dios como el autor de ese misterio y que ha querido darse a conocer a través de un proceso hermenéutico revelacional que lo tiene a Él como el primer principio inmutable e inamovible. Esto es, el cristianismo se comprende mucho más como un proceso hermenéutico de la realidad, en la que existen muchos filtros mediadores que se codeterminan, que persiguen un fin preestablecido.

I-Dios se interpreta a sí mismo.

Si se admite que Dios es el Creador del mundo y que uno de sus atributos esenciales es su omnisciencia, entonces el primer proceso interpretativo y fundante de todos los demás procesos interpretativos de la realidad, reside en su propia visión o construcción sobre lo que ha de crear. Y su propia construcción requiere de una interpretación al interior del ser mismo de Dios. Es Dios quien interpreta para sí mismo lo que luego va a ejecutar. Es Él quien planifica y determina el orden de las cosas. Y es este acto creativo planificadamente intencional el que da cuenta de la primera interpretación que tenemos de la realidad y el principio de una larga cadena hermenéutica.
El proceso interpretativo de Dios al interior de sí mismo marca fundacionalmente el hiato existente entre las cosas que hay en el mundo, por un lado, y las interpretaciones que hacemos de éste, por el otro. Las cosas que hay en el mundo han sido creadas por Dios a partir de una interpretación al interior de sí mismo y, por eso mismo, sólo Dios puede interpretarlas en forma verdadera, sin embargo, los seres creados sólo podemos aspirar a dar meras interpretaciones de lo que ha sido creado y, por ello, el hiato existente entre las cosas y nuestras interpretaciones de ellas es insalvable. Los seres humanos nunca podremos tener acceso a interpretar las cosas tal cual Dios las ha interpretado al interior de sí mismo.
Partiendo de la base de que sólo Dios puede conocer las cosas tal cual son, porque El las ha establecido y predeterminado, las interpretaciones que los hombres puedan hacer de la realidad, del mundo empírico y espiritual, sólo pueden conducir a verdades relativas, a pesar de que Dios ha querido revelar parte de sus misterios a través de la encarnación, puesto que lo que Él ha querido revelar también está sujeto a la interpretación de aquéllos que han sido sus destinatarios. De manera que el primer filtro interpretativo de la realidad está marcado por el hecho de que no podemos conocer las cosas tal cual Dios las conoce, según como Él las ha interpretado a sí mismo.

II- La revelación parcial de Dios está sujeta a las interpretaciones humanas.

En primer lugar, la revelación de sí mismo por parte de Dios es una revelación parcial y, al mismo tiempo, está acotada por la interpretación de los hombres a quienes fue destinada la revelación. De manera que el segundo filtro interpretativo está marcado por el hecho de que la revelación fue interpretada dentro de un marco cultural y social determinado. Se podría admitir que la revelación tiene pretensiones de universalidad pero, de ninguna manera, las interpretaciones de esa revelación. Aún la revelación misma es histórica y selectiva. Tiene destinatarios particulares, individuos elegidos por Dios.
La historicidad del acto revelatorio puede ser pensada como parte del plan que Dios se propuso de antemano en su interpretación de sí mismo. Esto justificaría el hecho de que la revelación tenga como finalidad el progresivo desvelamiento de su interioridad a todos los hombres de todas naciones. Sin embargo, admitiendo que esto sea de esta manera, no invalida el hecho de que la revelación sea histórica y requiera de la interpretación privada de sus destinatarios. Es decir, la revelación es algo muy distinto que las interpretaciones de la misma. Si la revelación fuera lo mismo que las interpretaciones, entonces pensaríamos que Dios anuló las libertades individuales de sus criaturas, los poseyó y los obligó a escribir exactamente lo que Él quería. Suponer esto es pensar que Dios creó juguetes pasibles de ser manipulados para que cuadren con sus intereses.

III -Lo escrito es distinto a lo revelado

Si Dios se ha revelado, si El se ha comunicado, lo que los hombres han escrito de esa revelación no sólo está tamizado por una cultura particular sino, por la experiencia personal del escritor. Es decir, cada escritor enfatizó en aquéllas cosas que más le llamaron la atención, quizás motivado por su historia personal y desde un lugar del saber determinado. La revelación no ha sido ha dictado, esto es, Dios no les ha dicho: bueno, ahora copien. Los escritores han dado su punto de vista. De manera que el tercer filtro está marcado por la distancia que existe entre lo dado a conocer por Dios y lo plasmado en los escritos Bíblicos. Con esto no quiero decir que lo plasmado sea errado, lo que quiero marcar es que lo escrito es algo interpretado y sujeto a interpretación.

IV- Lo escrito es distinto a lo interpretado por los cristianos

Lo que ha sido escrito en la Biblia que supone la interpretación de aquéllos que la escribieron dentro de un marco histórico determinado, no es lo mismo que los cristianos interpretamos cuando la leemos. Los cristianos hacemos una interpretación de una interpretación, desde una cosmovisión distinta y desde distintos contextos socioculturales. No se puede entender los hechos sucedidos de la misma manera que lo entendieron aquéllos que lo vivieron. No se puede y no se debe. Si lo escrito fuera lo mismo que lo interpretado por todos los cristianos, entonces no tendría sentido hablar de primeros destinatarios de la revelación y caeríamos en el error de pensar que el Apóstol Pablo escribió pensando en los cristianos de Argentina veintiún siglo después. Que la enseñanza paulina sea válida para todas las épocas y para todos los contextos no se desprende de lo que ha sido escrito; es un dogma de fe.

V- Lo escrito es distinto a lo traducido

Sin lugar a dudas, lo que fue revelado que es distinto de lo que fue escrito, también es distinto de lo que fue traducido. Las distintas traducciones hechas de lo revelado terminaron por minar casi completamente el sentido prístino que tenían ciertas ideas para quienes fueron sus depositarios originales. Detrás de toda traducción hay un mundo distinto. La traducción palabra por palabra, es imposible de realizar, dado que detrás de las palabras existe una mentalidad distinta, una forma de entender el mundo diferente. De manera que lo traducido no es más que una acomodación linguistico-cultural de lo originalmente escrito.


Conclusión


Con todos estos filtros se torna dificultoso el alcance de la verdadera Palabra de Dios, de aquella que nace de su pensamiento que se piensa a sí mismo como motor hermenéutico inamovible. Claudio G. Barone.