jueves, 7 de abril de 2011

El mito de la Razón como patrón explicativo absoluto.

En el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la Razón pura, Kant dice: “… la Razón no conoce más que lo que ella misma produce según su bosquejo”; en otras palabras, la Razón es limitada. Pese a esta afirmación, muchos enseñan filosofía dogmatizando la Razón como patrón explicativo absoluto. Todo lo que no pueda ser interpretado racionalmente es desechado como mera superstición. De este modo, todas las otras formas de acercamiento a la realidad quedan condenadas al ostracismo gnoseológico. Al desechar todo lo que no cuadra con lo que se entiende por racional, se limita el quehacer filosófico a una sola forma de comprender la realidad. Esto se traduce en la experiencia áulica de la siguiente manera: sólo se enseñan autores que pertenezcan a un canon preestablecido que adhiera al paradigma interpretativo de la Razón y se desechan a aquellos que se sospeche de tener otro acercamiento a la realidad. De esa forma, se dogmatiza y luego se naturaliza el paradigma explicativo de la Razón y a ciertos autores como si no hubiese nada más. De más está decir que no hablamos de la facultad de razonar, sino de un proyecto explicativo de la realidad que se nutre de un presupuesto básico: lo que no puede ser explicado racionalmente no existe. Pensar que sólo lo racional o lo que se entiende por racional es objeto de la filosofía es un mito. Desde el principio, si es que hubo un principio, la filosofía estaba relacionada con lo sagrado, con los cultos mistéricos, con los oráculos, entre otras cosas. Pretender borrar radicalmente de la enseñanza filosófica aquello que no se puede explicar racionalmente, paradójicamente, no es racional; es un dogma, una forma de abordar la realidad. El dogma que entroniza a la Razón como paradigma explicativo absoluto, establece un fuerte criterio de demarcación entre lo que es filosófico y aquello que no lo es, dejando de lado aquellas explicaciones de la realidad que se basan en la fe, la intuición, los sentimientos, por mencionar algunas. Por tal motivo, la enseñanza en el aula no sólo consta de autores históricamente canónicos, sino de una selección de textos de esos mismos autores que tengan un contenido racional, es decir, que puedan ser entendidos racionalmente. Así, para dar un ejemplo, se recomienda leer la segunda parte del Tratado teológico-político de Spinoza y se abandona la primera. El recorte bibliográfico está transido por el paradigma de la Razón, estableciendo un criterio de demarcación radicalmente exclusivo. Pero lo peor de todo, no es que se eliminen autores o se recorten obras de la actividad pedagógica, sino que esa eliminación y recorte se hace en nombre de la Filosofía. El criterio de demarcación no sólo no existía en los albores de la actividad filosófica, donde el propósito era holístico; tampoco es dable establecerlo ahora, puesto que a la filosofía le interesa el conocimiento integral de la realidad, donde no puede quedar nada afuera, nada debe ser descartado como antifilosófico, porque la oposición a la filosofía también es filosofía. Es filosofía pensar la realidad desde otro lugar que no sea lo racional como criterio inamovible. Si de lo que se trata es de dar una enseñanza integral, el criterio de demarcación se desdibuja, pierde su sentido y propósito. No es cierto, como pensaba Hegel, que todo lo racional sea real, puesto que, como bien decía Nietzsche, lo racional no es más que una ficción lógica, pero no la única forma de acercamiento a la realidad. Es buen educador quien se atreve a integrar todas las demás ficciones en la experiencia áulica. Claudio Barone.