Según Zygmunt Bauman, en su interesante libro: “Modernidad
líquida”, los sólidos que la Modernidad ha disuelto son los siguientes: 1) El
vínculo entre las acciones individuales y las acciones y proyectos colectivos;
2) La estructura sistémica como explicación totalizadora de la realidad; 3) El
bienestar general en nombre del bienestar propio.
Bajo esta perspectiva, todas las cosas están atravesando un proceso de
licuefacción, es decir, los principios que hasta el momento el hombre moderno
tenía como ideales incuestionables, a saber: el progreso indefinido de la razón
y sus consecuencias positivas para toda la humanidad a nivel de igualdad
socioeconómica; el achicamiento del hambre, la servidumbre y las supersticiones
religiosas, se están diluyendo, desbordando, filtrando, derramando,
humedeciéndose, escapándose como el líquido entre las manos.
La primera ruptura está marcada por la ausencia de proyectos colectivos. No
hay tiempo de pensar en nombre de la Humanidad; lo que importa es pensar en nombre
propio. Tampoco existe un horizonte que alcanzar, ya que las dos grandes
utopías modernas: el capitalismo y comunismo, han fracasado en su intento de
liberar a los pueblos, de construir sociedades justas e igualitarias.
En la actualidad, el bienestar general ha cedido su lugar al bienestar
propio. Se percibe como natural la dominación de unos sobre otros, se le da un
marco de legalidad a lo que es una situación de violenta ilegalidad. En esta
pandemia de injusticias, en donde todo lo sólido se disuelve a cada instante,
en cada momento, en donde el panta rei
heracleano se impone en el ámbito de la estructura social y moral, siendo
imposible conectar con lo estable, lo verdaderamente sólido, los cristianos
tenemos aquello que puede detener el proceso de licuefacción. Poseemos aquello
permanente que impide que todo se disuelva en la nada misma: La Palabra de
Dios.
Todo lo que la diosa
Razón no ha podido construir en forma permanente, todas las marcas de su
fragmentado mundo, puede ser reunificado, solidificado por la inmutable Palabra
divina. Y para detener los fluidos escurridizos del mundo actual, qué mejor que
la Roca inconmovible de Jesucristo. Su verdad es más firme que las disolventes
construcciones humanas. Él puede atrapar con sus manos el destino de todo
hombre que le confiese en la Tierra. Nada se le escurre ni se le filtra. Jesús
es la verdadera estructura que paraliza el fluir caótico y desproporcionado de
la fluctuante y azarosa humanidad.
Ya ha perdido mucho
tiempo el hombre en buscar recetas de autosalvación. Todos sus intentos
emancipadores se han fragmentado en múltiples perspectivas. Jugar a ser Dios le
ha ocasionado muchos disgustos. Ponderar al hombre creado por Dios como
superior al propio Dios, lo ha lastimado significativamente. Hasta ahora lleva
las marcas de su propio descontento. Camina por múltiples lugares encantados,
pero sin saber a dónde va. Solo y solamente se dirige hacia el lado de su
inconformismo. Camina sobre los líquidos de lo impermanente, sobre la sombra de
su olvidada grandeza. No suele pisar en tierra firme, y ha abandonado la Roca
de Salvación. Se torna imprescindible beber del agua de la Roca, la cual está a
disposición, en forma gratuita, para dejar de tener la sedienta desesperación
de los sinuosos caminos.
Cristo puede darle
sentido a nuestra vida, él puede consolidar nuestro rumbo, solidificando
nuestro destino en la eternidad de sus hermosas promesas. Acudamos a sus brazos
para no ser disueltos en los fluidos temporales del sinsabor.
Claudio Gustavo Barone.